Publicada el 27 de febrero en el diario Levante-EMV foto de Antonio Moreno
El Perdón, Teatro Principal, Valencia, 25 de febrero Dirección y coreografía Chevi Muraday Intérpretes Juana Acosta y Chevi Muraday Textos Juan Carlos Rubio Dirección musical y música original Mariano Marín Diseño de iluminación Nicolás Fischtel (AAI
Teatro y danza, texto y coreografía, ambas disciplinas conviven y se alternan en los papeles que Juana Acosta y Chevi Muraday asumen en este obra de reciente estreno. La conocida actriz ha extraído de su memoria corporal -practicó la danza hasta los 16 años- aquello que aun guardaba y lo ha hecho crecer durante el proceso creativo; él, Premio Nacional de Danza en 2006, ha sumado la palabra a su lenguaje habitual, que es el movimiento. La historia condiciona la mirada hacia la protagonista. Quien la observa sabe que cuenta en primera persona una vivencia dramáticamente real (el asesinato del padre en su Cali natal); la empatía le acompaña en un ejercicio de catarsis voluntario.
La danza hace acto de presencia en los primeros minutos de la obra. Dúos y solos se alternan a lo largo de la hora de función en escenas que se hubieran podido alargar sin problema. Las coreografías de Muraday otorgan la belleza y serenidad necesarias para ser el contrapunto expresivo al desgarro de los textos; en ellos hay perplejidad, dolor, rabia y entre muchas preguntas, un enorme y metafórico por qué. Los cuerpos son vehículos de emociones. En él la danza es natural, fluida, rica. El de ella se deja llevar por el de él en un inicio gozoso, cuando la tragedia aun no se ha presentado. Más adelante, vira hacia el odio y la desesperación. Alternando las luces y las sombras de una noria emocional, se va componiendo una historia que se encamina hacia el perdón que da título a la pieza. Entre medio, partes compuestas para transmitir una emoción que sería mayor en escenarios más cercanos al público. Cuando el aliento se siente, el sudor se percibe y el rostro descompuesto se muestra en primer plano es cuando se encoge el estómago y se produce el latigazo del arte en vivo.
“Soy una persona, no un personaje”, dice Acosta, quien ha encontrado en esta creación la llave que revuelve su memoria, cuando un día de mayo de 1993 su vida cambió. Hay episodios que se narran de forma más literal, dejando de lado la abstracción poética de la danza, que de haber estado más presente hubiera añadido calado a algunas secuencias. La muerte y la vida se presentan como dos caras de la misma moneda. El perdón, como un camino a recorrer que incluye paradas en las que ir desprendiéndose del rencor.
Mientras que sus dos protagonistas giran por momentos en el escenario gracias a un ingenioso mecanismo que los eleva y hace volar, la obra no sigue el mismo camino y acorta su volada por ciertas transiciones confusas. La extensa gira que les espera ayudará a pulir aristas ya que hay elementos de mucho peso: la historia misma, un equipo artístico de campanillas y una cuidada producción.