Crítica publicada en la revista Susy Q, puedes leer también en este enlace

El Lobo Estepario, Ballet de Nuremberg, dirección de Goyo Montero. 16 de diciembre de 2023, Sttatstheater, Nuremberg

Fotos de Jesús Vallinas

Lobos y liebres planean en el espectáculo que ayer estrenó el Ballet de Nuremberg, en casa, bajo la dirección artística de Goyo Montero, su responsable desde 2008. El primero, porque ‘El Lobo Estepario’ recoge la esencia del libro de Herman Hesse pasada por el tamiz conceptual y creativo de Montero; el segundo, porque el director suma parte del universo del también alemán Joseph Beuys. El desafío de Montero, quien ya ha demostrado su capacidad y talento para crear grandes obras desde ópticas contemporáneas, ha ido esta vez una poco más lejos añadiendo capas de significado y elementos escénicos de gran nivel para generar una experiencia inmersiva. Junto al movimiento hay texto, canciones en directo, proyecciones de gran formato, video en vivo.

Además de las coreografías, ricas, a veces delicadas, otras desatadas, capaces de mostrar la calidad de su trazo y la de los bailarines que las hacen posibles, Montero ha querido ‘retar’ al espectador, al que hace partícipe con la proximidad de la danza y con el uso de una cámara en directo que lo refleja en algunas escenas.

Mucho se ha hablado del significado real que Hesse quiso transmitir en su obra; hay tantos matices como lectores. La danza usa el folio en blanco del escenario para crear con anchas costuras. Fruto de una crisis de Hesse, sí aparece la dualidad entre el ser humano y sus rasgos más instintivos o animales. Alguno de los personajes, como el de la bailarina vestida mitad hombre mitad mujer, o el propio protagonista, confrontado al ‘lobo’ solitario que lleva dentro, así lo muestran. Se refleja en la danza con movimientos salvajes, con subidas y bajadas, con carreras que son huidas. Con el cuerpo de baile (26 bailarines) Montero consigue crear una masa social que gracias al texto o en una ‘rave’ remite a algunas de las escenas del manuscrito. El cruce que el director hace entre ambos imaginarios, el de Hesse y el de Beuys, va tomando forma con alusiones a sus imaginarios, como en la escena de las hachas o la de las gabardinas. Las geniales cabezas de animales diseñadas por Salvador Mateu convierten a los bailarines en una manada zoológica. Impactantes en su sutileza, ayudan a crear momentos llenos de significado y fuerza estética. La mano coreográfica de Goyo Montero se amplía además a la escenografía, paneles compuestos de tres caras diferentes, que además de versatilidad le permiten sumar un movimiento que repercute en la relación entre los personajes. Firmada por Curt Allen y Leticia Gañán, es una caja de sorpresas. Es fundamental el papel protagonista de Viktor Ketelslegers, a quien conocemos por su papel de bailarín adolescente trans en la película ‘Girl’. Como maestro de ceremonias, ser cercano a lo diabólico o jocker, el belga (quien formó parte de esta compañía y ahora de la de Gotemburgo), brilla con su interpretación textual y danzada. El vestuario, rojo, de una preciosa intensidad, le otorga un poder multiplicado. Los videos de Álvaro Luna crean mundos (y universos) que enriquecen la historia. La creación sonora original de Owen Belton, sumada al uso de la cámara, al torrencial desarrollo del espectáculo y al acento de los personajes nos introduce en un filme escénico al que el público de Nuremberg aplaudió durante más de 10 minutos.