Crítica publicada en el diario Levante-EMV el 1 de julio de 2023

Dirección CND Joaquín De Luz Coreografía Johan Inger Música Georges Bizet, Rodion Shchedrin Música adicional original Marc Álvarez Orquestra de la Comunitat Valenciana, director invitado Oliver Diaz Escenografía Curt Allen Wilmer Vestuario David Delfín Iluminación Tom Visser Dramaturgia Gregor Acuña-Pohl Intérpretes Carmen Kayoko Everhart, Jon Vallejo, Álvaro Madrigal, Benjamin Poirier, elenco de la CND. Les Arts, 29 de junio.

La mirada y exquisita factura de esta Carmen de Johan Inger han concedido a la Compañía Nacional de Danza muchas alegrías desde que se estrenara en 2015 por encargo de su anterior director artístico, José Carlos Martínez. Además de amplias giras, esta creación ha cautivado al público por donde ha pasado gracias a su trazo coreográfico, al buen hacer de los intérpretes, a la claridad de su estructura y a una suma de elementos escénicos que deslumbran.

Con la Orquesta de la Comunidad Valenciana, dirigida por Oliver Diaz en el foso, a la famosa partitura de Bizet se suma la composición de Shchedrin y la de Marc Álvarez. Con todas ellas se consigue una mixtura que abraza y realza las líneas dramatúrgicas marcadas por Johan Inger con su coreografía. El exbailarín y coreógrafo sueco, buen conocedor del patrimonio del ballet y de la creación contemporánea, ha utilizado su creatividad al máximo en esta obra divida en dos actos.

Lejos de centrarse en el personaje de la famosa cigarrera, Inger pone el foco en el atormentado Don José, transformando su pasión, convertida en celos y violencia (de género), en espejo en el que la sociedad se puede mirar. Hay un personaje conector, con el que arranca y finaliza la obra que nos remite a ese inocente espanto con el que se observa la catarata pasional de los personajes protagonistas.

Con gracia y mucho brío, el elenco de esta CND va llenando el escenario durante una primera parte más festiva y luminosa, en la que se ya se masca la creciente tensión, hasta llegar a una segunda, tenebrosa, en la que se multiplica el drama. La coreografía de Inger despliega múltiples acentos y contrastes. En el trío inicial de los soldados hay una ebullición festiva, al igual que en la aparición de las mujeres, con saltos, giros y elaborados pasos que definen la marca del coreógrafo. Hay en todo ello un sello plástico muy actual, de una modernidad sin estridencias, que beneficia a la pieza. Inger dota a muchas escenas de una feliz ligereza, no solo por su dibujo en el lino o el aire sino también por el ambiente coral de contraste dramatúrgico. Existe un equilibrio entre las escenas más narrativas y las abstractas, marcando estas una línea por las que lleva al público de la mano. Carmen, protagonizada por Kayoko Everhart, es realmente un personaje libre, se mueve entre sus pasiones decididamente, pese al rechazo social. Sus movimientos y la forma de transitar el espacio reflejan esa libertad; su forma de relacionarse con el resto de personajes también. La aparición del torero Escamilla remarca esa idea. Con su modernísimo traje de luces, esta figura bisagra estiliza el conjunto con una presencia que supera el arquetipo. Jon Vallejo hace sufrir con su papel de Don José; atormentado, no alcanza lo que desea, y esa desesperación la transmite su cuerpo con claridad.

Los pasajes más conocidos de la partitura, culminantes musicalmente en su reconocido crescendo, ensamblan orgánicamente con la danza, y ofrecen la mágica conexión que solo las artes en vivo permiten.

En esta producción destacan especialmente la escenografía y la iluminación. La primera es un conjunto de módulos que van cambiando de uso y lugar durante las dos partes de la pieza. De apariencia uniforme, despliegan una increíble multiplicidad de funciones (muro, plaza, escondrijo…), manipulados por los propios bailarines; a la vez refuerzan esa línea plástica de contemporaneidad. Con un lateral de espejo, convierten en metáfora visual la narrativa. La iluminación por su parte es afinada, sutil pero con fuerza, matérica, a veces hasta grumosa para acompañar la tensión, con un juego de barras y focos que aún muy presentes, no tapan sino completan las escenas. La luz en la muerte de Zúñiga permite, con el contraste del vestuario, ser testigo de su tránsito.

Cuando la atención se fija en el grupo, la coreografía multiplica su encanto; cuando lo hace en los solos o dúos, se percibe entonces el olor de la trama. Los personajes de negro de la segunda parte, como animales del inframundo, anuncian lo irreversible. Aunque el final sea conocido, esta Carmen no es como las demás y ahí radica su actualidad y su magia.