Fotos de © May Zircus & TNC

Crítica publicada en el diario Levante-EMV

Opening night La Veronal Dirección artística y diseño Marcos Morau Coreografía Marcos Morau en colaboración con los intérpretes Textos Carmina S. Gil, Violeta, Celso Giménez Escenografía Max Glaenzel Vestuario Silvia Delagneau Iluminación Bernat Jansà Sonido Juan Cristóbal Saavedra Intérpretes Mònica Almirall, Valentin Goniot, Lorena Nogal, Marina Rodríguez, Núria Navarra, Shay Partush. Les Arts, 14 de mayo.

Como una obra total se puede ver esta pieza de Marcos Morau para su compañía, la más grande del creador valenciano que hasta la fecha ha pasado por la ciudad. La producción original se hizo en 2021 para el barcelonés Teatre Nacional de Catalunya, sala de envergadura y dotación notable para la que el artista ideó esta inmersión en la cara oculta del teatro. Con ella consiguió cinco Premis de la Crítica: mejor espectáculo, dirección, espacio escénico, vestuario e iluminación. La sala Principal de Les Arts se llenó del habitual público de danza, al que se sumaron todos aquellos curiosos de la escena contemporánea y los que están al día de lo que hay que ver. Lo de La Veronal hay que verlo, su lenguaje y su propuesta son únicos. Con su forma de hacer han conseguido ser la compañía de este país con mayor proyección internacional, a la altura (o superando) a las de titularidad pública que cuentan a priori con más recursos y redes.

Vayamos al hueso, a cómo Morau y su equipo han resuelto su homenaje al mundo del teatro, a la caja negra en la que todo es posible. Como empezar la obra por los aplausos finales, con la protagonista paseando con su ramo de rosas, una escena con discurso emocional salpicado de agradecimientos a los que hacen posible la ficción, que el artificio se materialice. Saltarse el hilo temporal y empezar de esta manera es solo uno de los ‘trucos’ que el director utiliza para, precisamente, mostrarnos las infinitas posibilidades de la creación. Seducido por las bambalinas, por rincones, pasillos y escondrijos, por las entrañas del teatro, nos ha querido llevar hasta ese lado recreándolo con su personal mirada y haciéndonos entrar en un mundo velado donde objetos, espacio y cuerpos se confunden. Es ese aire brumoso el que da el tono, convirtiendo la pieza en una ensoñación, en un viaje a todo lo que sucede antes y después de que el telón suba. La danza es aquí un elemento más de los muchos que exquisitamente se manejan; todo es sorprendente, sofisticado (esnob para algunos), glamuroso, incluido el texto declamado en francés; pero a la vez remite a los obreros que posibilitan la alquimia, a regidores, iluminadores, maquinistas, personal de carga y resto de oficios imprescindibles. Los intérpretes van mutando de un personaje a otro, son uno y son varios a la vez, no llegamos a saberlo bien porque el negro imperante de la propuesta resta definición, aunque tampoco importe. En la coreografía domina el sello propio, ese con el que Morau ha conseguido ser único (e imitado), pero esta vez los cuerpos juegan menos con la rigidez, se muestran más orgánicos, flexibles, tal vez en un guiño a la comparación con los seres vivos indefinidos, fantasmas, que habitan los teatros. Las puertas de los ascensores se abren para dejar entrar a bailarines que reptan por las paredes, bichos escénicos en busca de su lugar.

El diseño de iluminación y el encaje de la música aportan a la obra una dimensión mágica y profunda a la vez, aunque no exenta de guiños distendidos y algún momento hilarante que provoca la sonrisa en el público. Deslumbra el momento en el que una luz intensa se encienden sobre el grupo, al que pilla bailando in fraganti. O una de las escenas finales (hay varias) con una barra de luces repleta de focos que proyectan sobre la diva. En el transcurso de la pieza se detectan referencias a otros montajes de la compañía: al palmeo de Equal Elevations, a algunos pasos de Sonoma con sus mujeres de faldas largas atravesando el espacio como si flotaran. También la parte de las sillas que protagoniza Lorena Nogal resuena como homenaje al cabaret, o a Pina Bausch. El montaje lo cruzan más referencias dada la vasta cultura teatral y audiovisual de Morau. Su amor por el cine se plasma en una textura cinematográfica muy pronunciada en algunos momentos, lo que consigue con la iluminación y una puesta en escena dinámica, llena de recursos. Con todo ello nos hace desear abrir la puerta y penetrar en ese otro lado.