25 de abril 2023

Crítica publicada en la revista Redescénica. Foto de Jose Jordán

Dirección e interpretación Blanca Tolsá. Acompañamiento artístico Constanza Brncic, Salva Sanchis y Laila Tafur. Autoría musical Albert Tarrats, Finn McLafferty, Adrià Juan y Blanca Tolsá. Músico/Músico en directo: Albert Tarrats. Diseño y confección de vestuario Txell Janot y Jorge Dutor. Diseño de iluminación Adrià Juan y Júlia Bauer.

Blanca Tolsá posee un cuerpo formado y entrenado. Su trayectoria como bailarina en IT Dansa y con creadores como Albert Quesada, Raquel Klein o Ariadna Monfort avalan una faceta de intérprete que ahora amplía en Ecoica con la de coreógrafa y directora. Dansa València ha sido el marco en el que Tolsá ha podido presentar de nuevo esta pieza estrenada hace ahora un año, cuyo título hace referencia al eco, aquello que resuena más allá de cuando se produce y, por extensión, a la memoria sensorial. Un eco real y metafórico en este solo de 40 minutos en el que trabaja varias capas de significado con elementos sencillos e ideas claras.

Al tratar de desprenderse de aquellas pautas que la propia disciplina de la danza ha impreso en su cuerpo destila en un acto de reflexión y a la vez amplifica en un acto de apropiación y recreación. A partir de ambas acciones llega a algo nuevo, único, validado por su necesidad de romper lo que se espera que su cuerpo haga, haciendo temblar la supuesta coherencia discursiva del movimiento para ‘removerlo’. Si se supone que la suma del paso A y el B lleva el cuerpo hasta el movimiento C, Tolsá se sale del guion y lo lleva a X o a Z, a un espacio no imaginado por nadie, ni por ella misma. Un ejercicio de libertad que cambia el eco por el discurso, una especie de rebelión tranquila que en su pausada naturalidad agita la mirada.

Ecoica es la memoria sensorial volteada, y en ese devenir firme la contemplación se produce en toda la sala; desde la intérprete hacia el espacio y desde el público hacia ella y sobre cada mínimo detalle que sucede en el lino. Crucial es el ramillete de sonidos con los que se inicia la pieza (maullidos, onomatopeyas, susurros), mientras ella, sentada, recrea o hace como que los produce por sí misma (en ocasiones es así, en otras no). La manipulación que en vivo realiza desde la cabina técnica Albert Tarrats a lo largo de la pieza hace de ella un organismo vivo y cambiante a nivel de reverberaciones y sonidos, una banda sonora que respeta el tempo marcado por Tolsá en su coreografía; con sutiles rupturas que, aunque presentes, solo son percibidas por personas muy atentas. En ese devenir tranquilo suceden tantas cosas que resuenan más como un grito (en voz baja, cual oxímoron) que como un susurro. Los trazos que en el espacio marca Tolsá con su cuerpo son variados, ricos, se proyectan hacia todos los ángulos sin dejar ni un punto ciego al que no lleguen, físicamente o en su resonancia. La proyección de ese cuerpo sensible y entrenado junto a los sonidos de la banda sonora conforman un remanso de paz que provoca algún que otro amago de desconexión en la sala.

Hay una extensión estética de todo lo dicho en otros aspectos de la creación. En el vestuario (de Jorge Dutor), que recuerda al de las vanguardias de principios del siglo XX con esos colores intensos remachados con otros tonos; en la iluminación (de Adrià Juan y Júlia Bauer), que marca en el suelo las mismas formas sinuosas de la coreografía o del propio vestuario. En el bonus track de la pieza se rompe de nuevo la previsión y Tolsá sube ligeramente la intensidad para llevarnos hacia un final sin tracas ni artificios, tan natural como ella.