Fotos de Yolanda Montiel
16 de abril 2023
Su nombre resuena en la escena contemporánea cada vez con más fuerza. Flamenco y cultura rave, tradición e hibridación, en las obras de María del Mar Suárez La Chachi se cuelan sus ganas de jugar para llegar a nuevos lugares con los que agitar las miradas. Después de conseguir varios reconocimientos con La gramática de los mamíferos y Los Inescalables Alpes, buscando a currito, llega ahora a Dansa València con Taranto aleatorio (viernes 21 en Espacio Inestable), pieza con la que revuelve el palo minero junto a la cantaora Lola Dolores.
Una parte destacada de la pieza es la investigación que habéis realizado durante su creación. ¿De qué manera está presente?
Tenía ganas de meter mano a una estructura de baile de tablao, en la que está todo perfectamente hilvanado, para intervenirla con acciones aleatorias, físicas y coreográficas, pero también rítmicas y vocales. Es como un viaje en el que se descontextualizan partes como el espacio o la relación entre cante y baile. Era un capricho mental que tenía a partir de imágenes que me han acompañado desde antes de construir la pieza.
¿La espontaneidad tiene que ver con el taranto?
El taranto es un cante de minas de Almería de carácter solemne. He querido intervenirlo, coger ese material para lanzarlo al juego. Activar lo aleatorio no quiere decir que todo sirva, ni en movimientos rítmicos ni espaciales. Partiendo de una coreografía tradicional iniciamos el juego entre nosotras dos, un dialogo entre cante y baile que se abre a un universo increíble. El germen de esta coreografía surgió en el Fringe de Edimburgo, donde Lola [Dolores] y yo bailamos tablao hace unos años. A partir de ella empezamos a jugar, a romper, a reformular, pero siempre respetando los motivos internos de cada parte de esa estructura tradicional, interviniéndola, removiendo, pero sin perder el sentido y objetivos de las partes que lo componen.
¿Por qué te has centrado en el taranto en esta ocasión?
Bailo desde los 4 años, entré en el Conservatorio a los 8 y he pasado muchos años dedicada solo al flamenco, hasta el punto de ser una friki. Yo venía de toda esa tradición flamenca, pero era punki, rebelde. Cuando terminé Arte Dramático descubrí el teatro contemporáneo: Rodrigo García, La Ribot, a Robert Wilson… Posibilitar al cuerpo flamenco todas esas maravillas me hizo pensar que todo es posible. Ahí comenzó la hibridación y desde ahí he abordado este taranto.
En esos cruces de lenguajes e influencias has llegado hasta el krump en Los Inescalables Alpes
Sí, en esa pieza hay una investigación sobre cómo se integra el cuerpo krupm en el cuerpo flamenco, un trabajo muy fuerte y loco en el que rompía la dramaturgia. Pero precisamente después de aquello me apetecía esto, volver a los cantes, abrir esa puerta tras la que hemos encontrado algo increíble. Ahora me apetece seguir con la ‘alegría aleatoria’ y otros palos.
A nivel artístico, ¿sientes que eres la misma creadora que cuando empezaste?
Antes de tener mi propia compañía trabajé mucho en el teatro textual con otros artistas, ya estaba hibridada gracias a todos esos frentes. Pero desde que empecé mi primer trabajo en 2017 (La gramática de los mamíferos) hasta lo que hay ahora ha habido una transformación en muchos aspectos porque me gusta meter los dedos, me aburro de las fórmulas que funcionan. No sé si es maldición o no, pero me gusta el abismo.
La música electrónica está presente en tus obras, ¿cómo conecta con el flamenco?
Soy ravera desde los 14 años, he viajado y vivido en camiones haciendo raves por Europa durante años. La música techno forma parte de mi vida, impregna las piezas. En mis obras está lo digital, la electrónica. De esta forma está presente y conecta con lo flamenco, ya que ambas músicas te llevan al trance. Yo escucho electrónica y me pongo a bailar flamenco, y al revés. Aunque su relación esté difuminada, es cierto que las constantes rítmicas, las intensidades, los silencios o los contrastes, son parecidos; también en su estructura, en los crescendos, en cómo lo mínimo va sumando hasta la catarsis.
Después de unos años en la fábrica de artistas TNT en Barcelona volviste a Málaga y te quedaste
Vine a comprarme un camión, pero como había vuelto a bailar en las calles empecé de nuevo a tope con el flamenco, estudié con La Lupi y me saqué el máster en coreografía. Ahí ya empezó el viaje, ser empresa, crear y vivir en la periferia…
Colaboras con otros artistas malagueños, ¿qué te aporta trabajar con diferentes creadores?
En el colectivo de creadoras de Málaga todas estamos en lo de las demás. Esa es la maravilla de tenerlas cerca de mí, somos una gran familia que se ayuda para que prosperen sus locuras. El juego y la frescura imperan, y el hecho de estar cerca nos hace ser más fuertes, más valientes, sentir que vale la pena.