Foto: Álvaro Gómez Pidal
20 de noviembre 2022
Identidad y memoria son las raíces sobre las que Poliana Lima va haciendo crecer su obra creativa. La danza es su lenguaje y su forma de vida. Bailarina, coreógrafa y pedagoga, convergen en ella multiplicidad de energías, fruto de su cultura mestiza y de su condición de migrante. Expresa con el movimiento sentimientos, deseos e historias, pequeñas o universales, que conectan al espectador con su mirada poética. Esta semana estrena en el Festival de Otoño de Madrid Oro negro (días 22 y 23, Teatro de la Abadía), un dúo junto a Miguel Ángel Chumo. Una incursión en su esencia más íntima.
En Oro negro tratas de nuevo el tema de la identidad, ¿de qué manera se manifiesta esa antigua inquietud en esta nueva pieza? ¿a través de que materiales, músicas, elementos?
Si, como dices, toda mi carrera he estado trabajando con la identidad, una forma de enfrentarme a quien soy yo en el mundo. Creo que todas las personas se hacen esta pregunta en algún momento de su vida, pero es más común en momentos de crisis, o cuando uno no se siente representado por lo que le rodea.
La identidad no es algo estable, es más bien un proceso relacional, y la he explorado de varias formas. Una pregunta que me hice fue sobre el vacío que sentía, sobre un cuerpo que se iba transformado constantemente, de forma indirecta, sobre la cantidad de Polianas que hay en una Poliana. Como eco de esto surgió el vértigo a ser múltiples personas, no solo una, que no hubiera una sustancia que nos permita estar seguros y decir «esto es lo que soy y no cambiará’»
También he explorado la identidad con respecto a la edad con un trabajo intergeneracional [en Aquí siempre]. En Oro negro toco el cruce de matrices culturales en mi cuerpo. Crecí en una excolonia como es Brasil, por eso exploro como en mi cuerpo y en el de otros están presentes estos signos de la cultura híbrida. Aunque allí el relato oficial es el de Occidente, el de la diáspora africana está muy presente: en la comida, la sexualidad, el baile…, en todo lo que se vive y nos atraviesa físicamente, lo que llamamos cultura de manera amplia. La pregunta en Oro Negro es: cómo estos signos están presentes en mi cuerpo, cómo extraer y poner en valor elementos de esta cultura para llevarlos al primer plano. No soy pura, no soy blanca ni negra, no soy cristiana, no pertenezco a una clase social especifica, nunca he estado en lugar de definición, mi lugar de pertenecía es muy borroso. Oro Negro viene a dar respuesta a esto, a poner luz en el aspecto cultural de la identidad. En Brasil hay al menos dos culturas, a veces dialogan, a veces están enfrentadas, lo que se puede observar en el cuerpo.
Así que el tema es mi propio cuerpo, no hace falta que haga mucho, mi manera de bailar, de estar, de pensar, ya está atravesado por esta multiplicidad de culturas y por un proceso migratorio profundo y transformador. En la pieza mi cuerpo es el instrumento que hace la excavación para sacar ese’ oro negro’, ese tesoro. Trabajo con un código contemporáneo, así que me relaciono con las citas sobre la multiplicidad cultural de forma abstracta, hay algún elemento rítmico, cosas que se reconocen, pero siempre teniendo el cuerpo como algo que se puede leer, como gestos en los que se puede ver la procedencia, o relacionarlos con determinados clichés, pero no hay un poema o una música brasileña directa, nada esto.
¿Traspasa a Oro negro la situación política de extremos que se ha vivido en Brasil durante el mandato de Bolsonaro?
Tal vez de manera inconsciente. Yo defino a Brasil como un país de violencia y goce, una cultura asentada en el colonialismo, fundada por gente que ha sido dueña de tierra y esclavos. Las de Latinoamérica son culturas creadas desde el abuso, eso está presente en el bolsonarismo y también en mi cuerpo. Con Bolsonaro se ha expresado ese doble Brasil, en el que conviven valores progresistas y otros conservadores que cultivan la violencia como forma de vida. Todo eso está en mi cuerpo, pero no he pensado en ello racionalmente para crear la pieza.
Después de varias piezas en las que las mujeres han sido protagonistas, ¿este dueto de hombre-mujer te ha supuesto algún esfuerzo a la hora de trabajar?
No es un dueto, es un solo a dos cuerpos, un término brillante acuñado por Elena Córdoba en una conversación que mantuvimos. El trabajo está dedicado a mi linaje paterno, a mi padre, a su padre y puntos suspensivos. Remito a los hombres, a los que están dentro de mí, sentía que ya era hora de que me habitaran, porque sin ellos yo no estaría aquí. Era el momento de tocar esto, ha salido de forma natural. Sabía que quería estar con otra persona, que fuera negra y hombre, y poco a poco fui tomando decisiones. En términos de metodología es todo igual, estoy feliz con la decisión.
¿Qué papel tiene la dramaturgia de Javier Cuevas en la obra?
Javier y yo tenemos una relación de mucha complicidad y de escucha. Él hace dramaturgia del movimiento, me ayuda a entender qué está pasando en escena porque yo estoy dentro. Propone caminos, soluciones, una escritura desde el cuerpo y hasta el cuerpo a través del cuerpo, constantemente. A veces la gente no entiende la dramaturgia sino es desde un texto, pero mi medio es el cuerpo, el movimiento, y él ha sido de gran ayuda para escribir con ritmo, intensidades, espacio, y de qué forma se podía expresar de más claramente.
Has estrenado una pieza en Condeduque en octubre, Cruce, ahora Oro negro, estás de gira con varias piezas, tu tarea de formadora sigue. Después de 12 años en España, ¿cómo se entrelaza tu pasado y tu presente en tu obra?
Entiendo la danza como un arte y un camino espiritual que une la mente, el corazón y el cuerpo. Además, es presente, pasado, futuro y creo que mis dimensiones de pedagoga, bailarina y coreógrafa están siempre en relación una con la otra. Estoy en esas tres esferas y la forma en que se entrelazan es natural, tiene que ver con mi forma de vivir y ver la danza. No hay separación entre lo profesional y mi vida, las preguntas vitales están volcadas en mis distintas facetas con la danza, siento todo como un gran proceso integrado. Puede que tenga que ver con mi cultura, mi pensamiento no es binario ni está compartimentado, lo que he heredado es algo más integrador, una visión circular de la vida.