Crítica publicada en el diario Levante-EMV el 11 de abril 2022
Ion Concepto y dirección Christos Papadopoulos Dramaturgia Tassos Koukoutas Intérpretes Pagona Boulbasakou, Maria Bregianni, Nanti Gogoulou, Amalia Kosma, Giorgos Kotsifakis, Sotiria Koutsopetrou, Efthymis Moschopoulos, Alexandros Nouskas-Varelas, Ioanna Paraskevopoulou, Alexis Tsiamoglou Teatro El Musical, 9 de abril
Cada vez sabemos más de la poderosa danza griega gracias a artistas como Dimitris Papaioannou, Linda Kapetanea, Maria Gorgia o el propio Papadopoulos, quien despertó un merecido entusiasmo el pasado sábado con Ion, el guiño internacional de un festival que atiende la danza valenciana y nacional.
Diez intérpretes para un escenario vacío donde van fluyendo sus movimientos sutiles, apenas visibles, que llevan al que mira por un viaje de sensaciones. Es el minimalismo de la pieza, su delicado transcurso el que convierte la percepción en una experiencia única. Sin la multitud de estímulos cinéticos habituales en los espectáculos de danza, en los que los bailarines interactúan con mayor o menor intensidad de principio a fin, en Ion es la recreación en el movimiento mínimo lo que agranda la propuesta.
El punto de partida conceptual alude a esa carga eléctrica contenida en las moléculas, indispensable para la vida. Por eso en la escena inicial una luz alargada, que recuerda las recreaciones de la explosión del universo, sirve para mostrar unos pasos presurosos a su alrededor. Como esa imagen escolar de las bolitas moviéndose de forma acelerada. A medida que la luz va subiendo, poco a poco, de intensidad se descubre a los diez performers, cinco hombres y cinco mujeres, con el torso desnudo. En el elenco hay cuerpos no habituales en danza, como el de una mujer embarazada. Todos permanecerán en escena de principio a fin ya que durante la hora que dura la pieza se convierten en un organismo vivo que fluye lentamente por el espacio.
Su movimiento radica en pies y brazos, las piernas permanecerán casi inmóviles mientras se desplazan de derecha a izquierda, deslizando suavemente los pies. Los brazos se mueven en diferentes aperturas, recordando algas acuáticas mecidas por el oleaje; los torsos ondulantes refuerzan el efecto. En la ingeniosa coreografía, improvisación pautada en la que cada intérprete es uno y conjunto a la vez, es importante el detalle. Así, apenas perceptibles, introducen gestos que redondean la idea de imprevisible parsimonia. La composición musical que la acompaña repite su estructura, tiene una presencia rocosa, muy corpórea, como otorgando materia a la ingravidez de los cuerpos en su sinuoso itinerario. Los bailarines están a veces juntos, confluyen en una unidad de acción que oscila en secuencias hipnóticas. Después los cuerpos-organismos se desprenden hasta que cada uno recorre su propio itinerario, siempre juntos pero distantes antes de volver a unirse y fluir. El juego visual consigue una belleza serena, algo extraña, que confirma que la danza se hace fuerte con las poéticas del cuerpo.
Dansa València ofreció ayer una última completa y variada jornada. Guy Nader y María Campos cerraron en el teatro Principal con Made of Space una edición de gran intensidad para el público, que llenó los teatros, pero sobre todo para el sector de la danza. El objetivo es que el impulso de todo lo acontecido en el festival tenga continuidad durante el año con actividad constante que insufle dinamismo a un sector muy creativo pero necesitado de más visibilidad y apoyo.