Crítica publicada en el diario Levante-EMV el 7 de abril 2022

Marina Mascarell, Orthopedica corporatio, Sala Matilde Salvador; Rocío Molina, Al fondo riela (lo otro del uno), teatro Rialto; Gustavo Ramírez Sansano, El público, teatro Principal. 5 de abril

Tras un primer fin de semana de danza en parques, museos y plazas, el festival inició su actividad en teatros (la parte profesional y de feria no se detuvo) durante una jornada de contrastes. La sala Matilde Salvador acogió una de las propuesta más esperadas del programa. La coreógrafa Marina Mascarell se ha ganado un lugar destacado en el panorama internacional, piezas como la vista demuestran el porqué. Pensamiento, ideas, conceptos llevados al espacio a través de corporalidades únicas y objetos inusuales. Los cinco intérpretes de edades y orígenes dispares se enredan en juegos matéricos con objetos de desecho como tubos de plástico, tejas rotas, maderas amorfas, ramas o chapas de refrescos. La danza no tiene que ser bonita para ser bella, y en esta obra de reciente estreno hay mucha belleza. Se consigue con la manipulación de los elementos, con los movimientos únicos de cada bailarín, reflejo de su personalidad, con una tratamiento sonoro rico, completo, con una coreografía orgánica, a veces animal, expresiva, algo loca, que muestra a unos personajes únicos que quieren seguir siéndolo. Contra la uniformidad y ampliando la mira más allá de lo que se ve, la obra de Mascarell reverbera durante tiempo.

La siguiente parada del día fue en un Rialto lleno más que de espectadores, de fans de Rocío Molina, ya que cada visita de la malagueña se convierte en un acontecimiento. La segunda parte de su trilogía dedicada a la guitarra es una joya que brilla con intensidad. Su movimiento con las manos conduce en un recorrido hipnótico por las tres partes de la pieza. Acompañada por la maestría de Eduardo Trasierras y Francisco Vinuesa, Molina confronta su lado oscuro con el personal sonido de ambos músicos. Una puesta en escena sencilla y elegante son suficientes para acompañar el genio sin fin de Molina, quien sorprende y enamora esta vez con un baile contenido y lleno de detalles. El vestuario casa a la perfección con la personalidad de una artista que siempre va más allá en cada propuesta. En la escena final, cubierta de pies a cabeza por un increíble conjunto estampado, se muestra como una criatura misteriosa que emprende un camino hacia ese lugar desconocido donde tanto le gusta entrar.

Gustavo Ramírez Sansano es uno de los coreógrafos más internacionales de la cantera valenciana. Lleva la mayor parte de su carrera fuera, trabajando con compañías de prestigio, mientras mantiene en la Comunidad Titoyaya, su propia formación. Con una larga y consolidada carrera artística, estaba en el momento de asumir riesgos creativos. La invitación a montar una nueva obra que el Institut Valencià de Cultura le puso sobre la mesa activó la oportunidad. Después de varios meses de trabajo con un equipo creativo de nivel, El público se estrenó en un teatro Principal lleno. Ramírez Sansano ha tomado la obra de Federico García Lorca que da nombre al título para hablar de amor, libertad, sexualidad y aceptación. El de Lorca es uno de los textos de teatro más importantes del siglo XX, en el hablaba de sí mismo y de su condición sexual. Trasladar la intensidad de esa revelación es una de las tareas que el director asume. La escenografía de Luis Crespo desvela su importancia en un momento inicial con aires de cabaret tenebroso en la que se van mostrando algunos de los personajes que interpretan los ocho bailarines, quienes firman junto al director la coreografía. Butacas de un teatro que después, al quedar suspendidas en el aire y destripadas, funcionan a modo de cueva donde ocultarse de prácticas prohibidas. El tono oscuro, de opresiva densidad (en lo que ayuda mucho la composición musical de Luis Miguel Cobo) no abandona la pieza. Látigos, yugos, violencia, pero también tentaciones, abrazos y deseo que hablan explícitamente de una época. Salpicada de momentos exagerados, surrealistas, está repleta de imágenes de mucha plasticidad que dejan a la imaginación de cada espectador todo un campo de sugerencias. Los elementos escenográficos (una habitáculo-espejo en la segunda parte, una inquietante cruz), el vestuario o la misma coreografía funcionarán para cada espectador según sus gustos y bagaje, pero se mantiene una coherencia formal y estilística de principio a fin en un recorrido por sueños, alucinaciones, realidad y contexto. El director ha dado forma a un gran reto creativo con una obra que encontrará también en el público de teatro un buen aliado.