Foto de Jean-Claude Carbonne

Liceu de Barcelona, 10 de noviembre 2021

Crítica de Winterreise por el Ballet Preljocaj

Coreografia Angelin Preljocaj Música Franz Schubert, Die Winterreise Escenografía Constance Guisset Iluminación Éric Soyer Vestuario Angelin Preljocaj Realización del vestuario Eleonora Peronetti Barítono Thomas Tatzl Pianista James Vaughan Bailarines/as Angela Alcantara, Baptiste Coissieu, Matt Emig, Isabel García López, Florette Jager, Erwan Jean-Pouvreau, Lin Yu-Hua, Zoë McNeil, Tommaso Marchignoli, Nuriya Nagimova, Redi Shtylla, Cecilia Torres Morillo.

Noche de claroscuros en el Liceu de Barcelona. Se representa Winterreise (Viaje de invierno), obra del coreógrafo francés Angelin Preljocaj para 12 bailarines de su compañía. Creada originalmente para el ballet de La Scala de Milán en enero de 2019, Preljocaj la incorporó meses después del estreno al repertorio propio. Basada en la creación homónima del compositor alemán Franz Schubert, quien musicó los poemas de Wilhelm Müller, Winterreise cuenta con la interpretación en vivo del pianista James Vaughan y del barítono Thomas Tatzl, quienes ocupan un plano destacado dada su relevancia en la puesta en escena. Durante la hora y 20 minutos que dura la obra se pueden seguir los poemas de Müller, letras que hablan de un viaje lleno de tristeza, misterio y melancolía como buen ejemplo del romanticismo del que forma parte esta composición que Schubert publicó en 1828, poco antes de morir.

El negro es el tono dominante en la primera parte. En el vestuario con toques brillantes de los 12 bailarines y bailarinas (6-6), en el fondo negro de la escena, en los diminutos papeles que, a modo de lluvia oscura o ceniza, remueven y lanzan en algunos momentos los intérpretes. Si el arranque del espectáculo sobrecoge por la profundidad del canto y la presencia del cuerpo de baile al completo en el amplio escenario, la intensidad variable de la composición coreográfica hará más llevadera la melancolía musical y literaria. Preljocaj (París, 1957) es un coreógrafo de prestigio que maneja con igual soltura los códigos contemporáneos y los neoclásicos. Aunque en esta pieza tengan más peso los segundos, no está exenta de pasos y dibujos coreográficos que amortiguan la uniformidad estilística del todo para enriquecer el discurso. Parece que el coreógrafo ha querido acompañar con su danza la música a sabiendas de que esta es la que marca la percepción del espectador. Los bailarines no ilustran sino que sugieren, y aunque hay una coherencia entre ambas expresividades, la musical y la coreográfica, no es esta la principal virtud de la propuesta. Su logro es conseguir que los sucesivos duetos, tríos, cuartetos o ensembles transcurran en su abstracción como guías discretas en el fluir de una historia ambigua de muerte y desamor. 

La interpretación de la narrativa es libre, pero sobre el papel sabemos que un personaje emprende un viaje impelido por un desengaño amoroso. Su ruta viene marcada por los 24 lieder, escenas que remiten a tilos, cuervos, sueños, reposos, lágrimas o cementerios. Entre esas tonalidades oscuras Preljocaj sabe colocar destellos de luz en forma de giros a lo derviche, movimientos de brazos mecánicos o pasos disruptivos que se alternan entre la formalidad de portés o pechés; incluso algún guiño de leve ironía destensa algunas de las partes más dramáticas. Una escenografía clara con bandas metálicas abre una segunda fase en una obra que, sin perder su esencia, adquiere otra textura gracias a las tonalidades cromáticas del vestuario, solo maillots (en tonos ocres, rojizos o morados) o complementados con largas faldas de amplios vuelos tanto para los hombres como para las mujeres. El protagonista de la historia (cantada) parece que está llegando al final de su trayecto y encuentra en el cementerio un buen lugar para alojarse. En el escenario, una bailarina con dos indicadores láser de color rojo marca una ruta imaginaria a las cuatro figuras que buscan sosiego. Momentos después, en Los tres soles, un trío de figuras redondas lumínicas ocupará el fondo del escenario. ¿Es la luz de la muerte cercana? ¿O es la esperanza, presente aun en los momentos más débiles del ser humano? Cada cual saca sus conclusiones. En este caso el artista sugiere, no marca; la literalidad, los amantes de la danza lo sabemos, no es necesaria. Una última escena coral sirve de conclusión para susurrar, tal vez, que tras la noche y la oscuridad, hay luz. Con los hombres de negro y las mujeres de blanco se enfila la escena final, otro de los momentos de mayor intensidad emocional y coreográfica de la noche. Las bailarinas extienden ceniza sobre los cuerpos inertes de los bailarines. El anhelado descanso llega.