Foto de portada de Elisabet Romagosa, autora Laia Picón

8 de septiembre 2021

Han crecido bailando. Con solo cinco años Albert Hernández pidió a sus padres que le llevaran a una escuela de flamenco. También precoz fue Irene Tena, la otra mitad de La Venidera, quien con tres años comenzó sus pasos en la peña sevillista La Giralda. Elisabet Romagosa, de familia de artistas, empezó a los cuatro. Yoel Vargas, con solo 17 años lleva la mayor parte de su vida bailando. Los “jovencísimos” de L’Herència acumulan formación y experiencia a partes iguales. Tienen en común decisión, energía y ganas de aportar nuevas miradas a la danza española y el flamenco de ahora.

Entre dos siglos, entre dos aguas. Nacidos a finales del siglo XX y principios del XXI, estos bailarines y bailarinas suman a su formación académica las ideas propias, fluyen con naturalidad por los cauces de lo contemporáneo conociendo la base y desarrollo del lenguaje que han aprendido y practicado desde la infancia. Yoel Vargas (Tarragona, 2003) creó su primera coreografía (breve) con 12 años. El portentoso bailarín ya ha conseguido unos cuantos destacados galardones por su preciso y carismático baile: premio Ballet Nacional de España en el Certamen Coreográfico de Madrid en 2020; premio AISGE a Bailarín Sobresaliente en el mismo certamen; galardón en el del Distrito de Tetuán; premio en la categoría Folclore en la Gala Concurso Internacional Tanzolimp de 2016 Berlín, … “Porque sin ella no sería feliz”, es la frase que acompaña una foto suya con apenas 3 años, sonrisa abierta y brazos flamencos, felicitando el último Día Internacional de la Danza en su cuenta de Instagram.

Su formación en danza clásica, contemporánea y estilizada, en escuela bolera, folclore o flamenco la ha completado con el Grado en Danza Española en el Conservatorio Profesional. Vargas vive para el baile. Las aulas han sido su hábitat de aprendizaje junto a tablaos, galas o concursos; las botas, castañuelas, mantones y una larga melena que a veces suelta, la prolongación de su estilo. Juan Carlos Lérida, bailaor, creador y docente en el Conservatorio Profesional de Danza (CPD) del Institut del Teatre, lo ha tenido de alumno en talleres de composición. De él destaca su gran talento, “es muy virtuoso, maneja muchos estilos, su calidad como intérprete es tal que lo buscan como bailarín, aunque él está muy interesado en la creación”.

Desde Flamenco Projects (impulsores del festival en colaboración con el Districte Cultural de L’Hospitalet de Llobregat) Marta Piñol señala que «el baile de Yoel es virtuoso y sabio, no refleja la edad que tiene. Es bailarín de danza española y bailaor, sabe separarlo y hacerlo convivir cuando quiere. Su estilo es musical, preciso y técnico, pero siempre con alma». En noviembre de 2020 estrenó su coreografía La flor de Granada. Ese mismo año participó en la pieza Ya no seremos de la compañía de Ángel Rojas. Durante estos meses ha sentido la necesidad de volcar su torrente expresivo en un proyecto a medio plazo para la creación de su primera obra larga, Periplo. Para ella se ha inspirado en la teoría del monomito del antropólogo Joseph Campbell. La primera parte de la creación se verá el próximo día 12 en L’Herència. Un estreno esperado para el cual el artista lleva tiempo trabajando. La residencia de trabajo en el Centre Cívic Barceloneta le ha permitido dar forma a una primera entrega de 30 minutos en la que estará junto al reconocido cantaor y guitarrista Miguel de la Tolea. Con ella se adentra en el hogar, en los cimientos familiares que sustentan la vida de los protagonistas de mitos, fábulas y narraciones.

Escrutando el punto ciego 

Versátil, dinámica y muy preparada. También Elisabet Romagosa (Sant Feliu de LLobregat, 1997) acumula capas de bagaje pese a su juventud. En Barcelona cursó el Grado Medio de Danza Española y Flamenco en el CPD y en Madrid el Grado Superior en el Conservatorio María de Ávila. La danza contemporánea, el claqué o la interpretación no han quedado fuera de sus campos de interés. Mientras avanza en un Máster en Gestión Cultural, mantiene una vinculación profesional estrecha con La Venidera (Hilo roto), con Marta Nogal (Los finales) y con espacios como el que lidera José Manuel Álvarez, La Capitana, en L’Hospitalet. Para Piñol, es una bailarina de movimientos claros, que busca la forma, las líneas, llegando a ser «eléctrica».

Entre Madrid y Barcelona creó Punto ciego, una pieza de 13 minutos con el que se alzó con el primer premio de Danza Española del Certamen Coreográfico de Tetuán el pasado mes de mayo. Un trabajo de fin de Grado que realizó durante el confinamiento con unas restricciones de espacio muy marcadas pero que cuadraban con la chispa que prendió en su cabeza. “En la primera parte el personaje está encerrado en un rectángulo del que intenta salir”, me cuenta. Entre las lecturas que le inspiraron para esta creación se encuentra La expulsión de la distinto de Byung-Chul Han. En el libro, el coreano plantea que la tecnología anula ese punto ciego o escondido en el que podemos mantenernos fuera de la mirada de los demás y ser nosotros mismos. Romagosa ha querido hablar del papel de la identidad personal en la sociedad actual. “Siempre me he preocupado por lo que me rodea, me pregunto quiénes somos, en qué sistema vivimos, le doy vueltas. Parece que porque tengamos mucha tecnología e información somos muy libres, pero la libertad así es inaccesible, nos hace pequeños”, reflexiona. ¿Extraes alguna conclusión en la pieza?, le pregunto, “aunque no es narrativa y cada uno la puede interpretar como quiera, mi conclusión es que debes ser consciente de cómo eres y qué camino quieres, debes permitirte conocerte y ser consciente del contexto”, concluye.

Romagosa dice sentirse muy cómoda en Barcelona tras pasar cinco años en Madrid. “Ambas ciudades son distintas en su relación con la danza, pero ahora mismo aquí se está dando más evolución en el movimiento del flamenco y eso me identifica. Hay espacio para acoger todo tipo de ideas y formas, está más normalizado que en Madrid, que por otra parte tiene más puertas abiertas a mi disciplina”. Ella se define como bailarina de danza española y flamenco, “es mi camino, aunque haya encontrado una evolución en mi movimiento, algo que no es lo estipulado en esta danza”, añade.

Lo que está por venir no tiene límite

Llegar al Ballet Nacional de España (BNE) puede ser una meta para muchos bailarines formados en danza española. La compañía vela desde 1978 por las diferentes ramas del patrimonio coreográfico nacional: la danza académica, la estilizada, el folclore, la escuela bolera y el flamenco. Para Albert Hernández (Barcelona, 1997) e Irene Tena (Barcelona, 1998) esta es una etapa más en su carrera. Ambos forman parte del BNE desde 2016, él como solista y ella como cuerpo de baile. Demostrado su caudaloso talento desde que se graduaron en su especialidad en el CPD del Institut del Teatre, no han dejado de involucrarse en proyectos de creación durante estos años. Desde 2019 dirigen además La Venidera, “un laboratorio donde se experimenta con el movimiento, una escapatoria a la necesidad creativa e interpretativa de la danza” afirman. ¿A qué se contrapone este proyecto? “Desde nuestra formación en el IT siempre se nos ha ofrecido trabajar la propia creatividad, se nos ha impulsado a crear, pero en Madrid eso se frenó de alguna manera. Nos dimos cuenta que nuestro ritmo interno no para y sigue creciendo. No es suficiente bailar seis horas en el BNE, necesitamos un plus de libertad” me cuenta Hernández, quien con 15 años obtuvo una beca para ampliar su formación en Nueva York, ciudad en la que experimentó la posibilidad de bailar multitud de estilos.

Albert Hernández en una foto para el BNE

Para ambos también el baile es su vida. Aunque él es un año mayor, a ella la subieron de curso en cuarto de grado medio. Desde entonces no se han separado y forman una pareja personal y profesional que teje redes y complicidades con otros artistas de su generación tan interesados como ellos en darle un nuevo brío al baile español. Han llegado para investigar, para refrescar, para probar. Tena cree que la naturalidad define su lenguaje, “no imponer al cuerpo lo que no le viene bien”. “La danza española está muy codificada -comenta Hernández- y lo que queremos es ir más allá de lo establecido, sin límites, escuchar qué nos mueve y cómo. La danza española es una herramienta, no una ortodoxia”, añade.

Con cuatro piezas cortas y una larga en su repertorio, La Venidera ya ha conseguido diversos premios en certámenes nacionales e internacionales, señales inequívocas de que lo están haciendo bien y cubren una necesidad artística más apremiante que latente. Se puede decir que ellos y otros miembros jóvenes de esta generación como Elisabet Romagosa, el colectivo femenino Mucha Muchacha o Pol Jiménez están renovando la danza española, un camino que, aunque ya estaba abierto gracias a artistas precedentes como Olga Pericet, Daniel Doña o Marco Flores, acentúa con ellos su muesca en los códigos. Aunque ambos sienten que el proyecto se está consolidando, no se plantean dejar el BNE sino seguir compaginando ambas vertientes de sus carreras, la que les garantiza un sueldo digno y una actividad constante (también estimulante) y la que les mantiene activa la parte más creativa arañando horas al descanso para conseguir el sueño de la libertad total.

Tal y como confirma Tena, “el BNE nos enseña las bases y el repertorio, eso es bueno para nosotros porque hay que conocer bien el lenguaje para hacerlo evolucionar”. L’Herència es la primera ocasión para verlos en Cataluña. Junto a los bailarines Andrea Antó y Axel Galán ofrecerán Acompanyament a l’arquitectura, una pieza creada ex profeso para la inauguración del día 11 que juega con las formas y estructura de torre Barrina, con sus arcos y columnas de estilo neoclásico. Una presentación de lujo para el nuevo ciclo de flamenco y patrimonio de L’Hospitalet.

L’Hèrencia

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