Foto de portada de Alfred Mauve
14 de julio 2021
Cuando el próximo día 21 se apaguen las luces de público del Patio de Honor del Palacio de los Papas de Aviñón, Sonoma de La Veronal cerrará el círculo de un año y una obra plenos de significado. Puede que el principal sea la llegada a ese espacio emblemático, anhelado por las compañías como señal de reconocimiento. Quien llega hasta allí ha consolidado su valía artística. La compañía de Marcos Morau ofrece cuatro funciones. Con la última clausura la 75 edición del prestigioso festival francés en aquel espacio. Hemos hablado con parte de su equipo artístico y técnico para saber cómo preparan estas representaciones. Será la primera vez que una compañía catalana actúe en el enorme patio medieval, la segunda en que se programe a una compañía española.
El grito es un acto liberador, el giro un movimiento atávico, la danza un nexo entre el pasado y el presente. La escena es el lugar en el que se invoca el recuerdo para pasarlo por el prisma del ahora, donde se busca lo extraordinario a través de las cualidades humanas. Sonoma se estrenó en la sala oval del Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) durante el Grec de 2020. El festival coprodujo esta pieza junto a otros destacados teatros europeos, también festival de Aviñón. El próximo 24 de julio hará un año de su primera presentación. Desde entonces, la obra ha girado extensamente pese a las cancelaciones y limitaciones propios de la pandemia. Pero Sonoma no es una pieza más de Marcos Morau, habitual de la escena internacional y de sus principales teatros. El prolijo director y coreógrafo abordó junto a su habitual equipo de colaboradores una creación que comenzó durante el confinamiento y tuvo que lidiar con todos los problemas derivados de la situación sanitaria: reuniones online, decisiones sobre “posibles”, pruebas y ensayos desde los hogares de cada uno.
Sonoma es un homenaje de Morau (Ontinyent, 1982) a Buñuel, al surrealismo, la significación intelectual y política de la obra del aragonés, su vinculación con la modernidad y su interés por lo folclórico. Para ello creó un espectáculo en el que la ficción, la asepsia y modernidad propios de un plató de cine, conviven con lo tradicional, representado por las intérpretes, sus vestimentas y elementos como una cruz de madera de más de dos metros de largo. Sonoma es diferente y conquistó al público. Si Morau nos tenia acostumbrados a grandes montajes en los que desplegaba su danza codificada junto a singulares recursos escénicos, en Sonoma se produjo un clic, un cambio estilístico que abrió aun más los ojos del respetable, rindiéndose de nuevo ante el más que demostrado talento del valenciano.
El mismo Morau reconoce que esta obra es fruto de un momento personal de mayor seguridad ante su propio trabajo: “En Sonoma intenté ser yo, disfrutar del trabajo con la gente que llevo ya tantos años. Llegó en un momento de madurez personal y ausencia de complejos. Intenté demostrar que soy yo mismo aunque sea aceptando las limitaciones del contexto. Como compañía catalana y española nos faltan recursos, pero al mismo tiempo tenemos el apoyo de muchos socios europeos, es una contradicción fuerte y pese a ello Sonoma llegó en un momento de mi vida en el que sentía seguridad y libertad. Ya no necesitaba gustar a todo el mundo”, añade. Pero gustó y Sonoma ha recibido varios reconocimientos entre ellos a la mejor coreografía y al mejor espectáculo de danza en los Premis de la Crítica de Barcelona 2020.
Tambores libertarios
Como obra nacida durante un confinamiento estricto, está marcada por un ansia de libertad: “Llegó cargada de esa retención y constreñimiento espacial y emocional que vivimos, por eso es una obra amplificada, gritada, desatada, que contiene la rabia de la revolución, de las ganas de hacerse ver y sentir, de poner de manifiesto lo importante que es el arte para cubrir las penurias y carencias que nos marca la vida”, comenta el director. De Sonoma destaca su elenco, nueve bailarinas que fueron también creadoras de la coreografía junto a Morau. La interpretación de Alba Barral, Àngela Boix, Julia Cambra, Laia Duran, Ariadna Montfort, Núria Navarra, Lorena Nogal, Marina Rodríguez y Sau-Ching Wong va más allá de la danza porque cantan, recitan textos, manipulan la escenografía, golpean los enormes tambores de Calanda, el pueblo natal de Buñuel. Supone un nuevo paso en la profusa trayectoria de Morau, quien ya ha creado una docena de piezas para su compañía y casi una veintena para formaciones de todo el mundo, como la Compañía Nacional de Gales o el Ballet de la Ópera de Lyon. Su trayectoria, además, está jalonada de retos como la dirección coreográfica de la ópera Orfeo y Eurídice para el Teatro de Luzerna o la creación de piezas para entornos especiales, como Los pájaros muertos.
Foto de Simone Cargnoni
Juan Manuel Gil Galindo es el mánager y director de producción de la compañía. Cuenta que fue la pandemia la que impidió su presentación en el festival Temporada Alta de Girona, uno de los coproductores de la obra. La función fue suplida con una grabación y edición de la pieza para visionado online. Fue esta versión filmada la que llegó a la directora de programación del festival de Aviñón, Agnès Troly, quien finalmente la incluyó en el cartel de 2021. La Veronal es la primera compañía catalana que actúa en el majestuoso patio del edificio gótico (declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 2019), un lugar legendario para las representaciones teatrales desde que comenzara a utilizarse en 1947 cuando el cómico y agitador cultural Jean Vilar impulsó un “laboratorio de teatro popular”. En 2017 Israel Galván presentó La Fiesta en el mismo espacio, levantando bastante polvareda por lo atrevido de la propuesta (para un público como el del festival). Solo dos montajes de danza de nuestro país en la larga historia de este magnífico recinto, que sí ha albergado a los grandes nombres de la historia del teatro y de la danza, desde Marta Graham a Alvin Ailey, Lucinda Childs, Maurice Bèjart, Roland Petit, Merce Cunningham, Pina Bausch, Anne Teresa de Keersmaeker, Jan Fabre, Sidi Larbi Cherkaoiu o más recientemente a Dimitris Papaioannou.
Foto de Alfred Mauve
“La propia naturaleza del espacio donde se estrenó (la sala Oval del MNAC) hizo que desde el principio tuviéramos muy presente que Sonoma debía poder adaptarse a distintos escenarios. El reto era conseguir que el espectáculo funcionara tanto en un contexto diáfano y arquitectónico como en una sala teatral convencional, algo que sin duda ha influido para que pueda verse en el Palacio de los Papas”, afirma Gil. Para el montaje en la ciudad francesa se va a tener que adaptar la obra a unas dimensiones colosales, un escenario de 44 metros de ancho (la sala principal del Mercat de les Flors tiene 25, el escenario del Liceo 33), marcado por dos torres de 50 metros de altura, ante una grada de 2.000 localidades. Un espacio medieval cuya enorme pared de piedra delimita el espacio escénico que cada año se monta para la ocasión, donde no hay hombros, ni chácena, ni barras, telones ni otros equipamientos teatrales convencionales. Por todo ello hay que redimensionar la obra, conseguir que no se pierda a nivel visual ni de significado ante tal magnitud arquitectónica. Un reto.
Para diseñar bien todos los cambios necesarios y que el público del festival disfrute de la pieza en condiciones, la compañía realizó una residencia técnica en el espacio a finales de junio. Tres jornadas en las que estuvieron presentes seis de los 14 miembros que viajan habitualmente con el montaje. Allí se desplazaron Gil Galindo, Morau, las intérpretes Àngela Boix y Marina Rodríguez, Juan Cristóbal Saavedra como responsable de sonido y el director técnico y diseñador de iluminación, Bernat Jansà. Con él hablamos sobre cómo afronta el montaje en un espacio tan singular. “Es un lugar increíble, la dimensión es abrumadora. La grada ha sido renovada este año y ha habido algunos retrasos en su colocación, lo que de alguna manera nos ha afectado”, confirma. Jansà define el diseño original de luces de Sonoma muy claramente, “es un montaje sencillo, lo que no quiere decir que sea fácil o pobre, sino que no hay más de lo que se necesita. Está hecho para realzar las escenas, prescindiendo de detalles barrocos o innecesarios”, añade.
La compañía llegará a Aviñón el día 19 de julio, por lo que va a tener dos jornadas, dos noches, para implementar los cambios que necesite la adecuación al espacio antes del estreno el día 21. Confiesa que todavía no sabe bien qué hará ni cómo, pero confía que el primer ensayo de la pieza en aquel escenario con el vestuario y el resto de elementos escenográficos le de las claves para la adaptación. Le preguntamos si tiene que renunciar a algo del montaje original, “en sala generamos unas sombras alargadas en un momento de la obra y allí no tendré ángulo para ello, pero utilizaremos otros recursos para vestirla; lo iremos viendo durante los ensayos, me resulta difícil pronosticar el diseño final”, añade. Lo que sí sabe es que dispondrá de abundante dotación técnica y de un equipo de 13 profesionales del festival al servicio de sus necesidades durante las representaciones. “El espacio es tan grande que tengo dos técnicos en cada torre, tres en la parte frontal, dos en cada lateral y dos más en otros puntos”. Aviñón al servicio de Sonoma.
Una catarsis compartida
Àngela Boix no duda de lo que les espera en Aviñón, “mucha responsabilidad y unos días mágicos porque el espacio es increíble”. Ella viajó junto a Marina Rodríguez y el resto de avanzadilla hace unas semanas para idear las adaptaciones que serán necesarias. “Coreográficamente se mantendrá, pero hay que cambiar algunas cosas, expandir los espacios, llenar más el escenario. Es Marcos quien decide, pero él no tiene todo en la cabeza y tenemos que ayudarle a resolver, por ejemplo, donde cambiarnos. Habrá transiciones nuevas para facilitar entradas y salidas. Se trata de agrandar la pieza para que no se vea pequeña”, comenta. También nos confirma que las nueve irán microfonadas para ampliar el sonido de sus voces, lo que afectará en los cambios de vestuario. Sin ello más de la mitad de la platea no distinguiría los textos, como la adaptación que de las Bienaventuranzas del Evangelio según San Mateo han hecho La Tristura, El Conde de Torrefiel y Carmina S. Belda para convertirlas en un canto a los que se desvían de las normas.
Foto de Anna Fàbrega
La visita previa ya ha permitido a Morau añadir algunos elementos nuevos que den juego en la puesta en escena. Las cuerdas que se utilizan en la parte inicial de la obra mutarán en elementos para intentar tirar la pared posterior salpicada de ventanas, una manera metafórica de “derribar todos los prejuicios que nos ha inculcado durante siglos la Iglesia católica”, según cuenta Morau. Proyecciones puntuales sobre la fachada también se añadirán al pase.
Recuerda Boix que con el coreógrafo las obras están en constante mutación, “para él nunca está acabada una pieza y en cada representación hay cambios, lo que permite que siga viva y a nosotras nos mantiene en alerta”. Para ella, que conoce bien el trabajo de Morau tras participar en seis de sus creaciones, Sonoma es una pieza importante porque “ha arriesgado con elementos nuevos como la voz, los tambores o el texto, se ha liberado de alguna manera de los códigos que ya tenia marcados con la compañía y ahora juega con mayor libertad con lo que requiere cada escena”, añade.
El viaje de Sonoma
El vestuario de Silvia Delagneu, los tocados florales, los sombreros de Nina Pawlowksi, las máscaras de Juan Serrano o el gigante de Martí Doy son algunos de los elementos escénicos que hacen de Sonoma una pieza especialmente enigmática y bella. Las bailarinas visten en algunas escenas falda larga estampada, camisa chaleco y gorro de encaje ajustado; en otras, vestido blanco inmaculado o negro. El aire folk del diseño y los volúmenes que generan los vestidos en los numerosos giros añaden una textura muy rica a la coreografía. Los sombreros y los tocados blancos iluminan la escena cuando los lucen las bailarinas.
Foto de Alfred Mauve
Todo este material sensible viajará a Aviñón por carretera en un camión de siete metros de caja que alberga los diferentes carros y flighcases donde se transporta la gran cruz de madera, el atrezo, los tocados, un tapiz, las enormes cabezas de ancianas o el gigante, las mismas cajas que después serán utilizadas como escenografía. El vestuario, por una cuestión práctica, viaja en maletas con el equipo artístico.
Cuando le preguntamos al productor por lo más complicado de su cometido aporta una interesante reflexión: “La responsabilidad más grande es siempre la de conseguir estar a la altura de las circunstancias, que todo funcione a nivel de planificación, producción o financiación para que el director artístico pueda desarrollar las ideas que se gestan en su cabeza. Es muy complicado en nuestro contexto sacar adelante grandes espectáculos escénicos, especialmente en el ámbito de la danza, dada la fragilidad general y endémica del sector. Conseguir llevar adelante grandes proyectos es sin duda al mismo tiempo la tarea más ardua y la más gratificante. Ver el espectáculo terminado en el escenario, el engranaje perfecto entre bailarines y equipo técnico, luces, sonido, maquinaria, vestuario, escenografía, dramaturgia, coreografía… Todo eso se convierte en una experiencia emocional más allá de lo tangible”, concluye.
Cuando se apaguen las luces
En ese momento, las 2.000 personas que estarán pendientes de Sonoma presenciarán de nuevo la magia que se crea en el escenario. Para esas cuatro funciones se habrá activado un trabajo artístico de alta intensidad. Mientras las bailarinas aúllen, técnicos, tramoyistas, regidores y demás equipo que permanece fuera de la escena (a los que Morau homenajeó en su reciente Opening Nigth), harán su trabajo “como animales nocturnos en un bosque”.
Sonoma viaja a uno de los lugares de mayor prestigio de la escena mundial. En la reciente entrega de los Premis de la Crítica su director compartía los galardones recibidos por la pieza con todo su equipo, consciente de que sin ellos el viaje acabaría pronto. Solamente en compañía se pueden abordar proyectos de envergadura, sueños a realizar, propósitos para un futuro incierto que combina fragilidad y promesas de mejora.
Marcos Morau