Foto de portada de Marta María

3 de junio 2021

Usar la bachata como pegamento social no es cualquier cosa. Claudia Claremi pensó que la comunidad dominicana y los usuarios habituales del centro cultural Matadero debían encontrarse. Eran vecinos del mismo barrio pero se daban la espalda. Corte Latino fue una jornada de acercamiento a la cultura popular dominicana que culminó con un gran concierto. La artista, cineasta y mediadora madrileña está detrás del ciclo Bailar, recordar, resistir una nueva muesca en su trayectoria de acción social a través del baile que el día 12 ofrece sesión de ballroom en Condeduque. Hablé con ella sobre esta y otras iniciativas que ha desarrollado estos años.

Pump the beat es el nombre de la jornada del próximo 12 de junio dedicada al vogue y la ballroom, el baile y la escena en la que este se insertaba en el Nueva York del siglo XX. Afrodescendientes, migrantes, trans y disidentes sexuales unidos contra la discriminación, defendiendo una identidad propia. Espectáculo y resistencia, estética y posicionamiento político unidos. La imagen de personajes extravagantes ataviados con ropas llamativas en performativos desfiles forma parte del imaginario popular; más aun desde que tomó nuevo impulso en este siglo porque todavía queda mucho por reivindicar. Galaxia La Perla (@galaxialaperla) y Cali (@calithemango) se encargarán de conducir dos sesiones: la primera, Step onto the RUNWAY, impartida por Mabuhay, Tolú y Satan servirá para contextualizar y estará centrada en la pasarela y la estética; de la segunda, VOGUE-abulary, se encargarán Saphira y Riri y profundizará en las performances del voguing.

Una sesión de voguin de James Khan, Getty Images

Autoafirmación y resistencia colectiva son palabras que resuenan en las cuatro sesiones diseñadas por Claremi para «ahondar en el movimiento de los cuerpos con relación a los movimientos sociales y migratorios, desde la política y el baile». La primera sesión, celebrada en noviembre de 2020 fue Salsa: cuerpo y calle. Permitió acercarse a la salsa como un espacio de lucha por la identidad. Músicos y artistas latinos que en los años 60 y 70 del siglo XX hablaban de la desigualdad social, la discriminación racial y la propia existencia migrante. La segunda sesión, ya en febrero de este año, se centró en el tango queer, aquel que reivindica la inversión de roles. Los inicios de este estilo criollo así fueron, un baile sin roles fijos en el que se aprendían ambos, masculino y femenino, para combinarlos y librarse de heteronormas. La tercera de las sesiones, en abril, exploró el twerking (o perreo) y puso el culo en el centro de la actividad. Se invitó a “rebotar la grasa y bajar hasta el suelo como una práctica de los feminismos -cuir, tras, negrx, gordx, racializadx-”. Los cuatro estilos son para Claremi «complejas producciones culturales de resistencia y disidencia. En tiempos convulsos para la diferencia, resulta fundamental conocer la historia de estas danzas a través de voces migrantes y reavivar las luchas que las impulsaron».

Bailar como una grieta en las estructuras de poder

Toda tu trayectoria profesional está muy vinculada con la danza. Una de las frases que anuncia el ciclo de Condeduque es “el baile alimenta la resistencia colectiva”. Desde tu amplia experiencia con el baile como activador social, ¿Cómo podrías ampliar el sentido de esta frase?

El baile es una escritura, un lenguaje que se lleva dentro, se saca, se exporta, se mezcla, está vivo. Tiene una relación muy fuerte con los movimientos migratorios y las diásporas. Todas las músicas y bailes que tienen una raíz afro y han permanecido han evolucionado en otros bailes, como el mismo perreo. Hay un conocimiento muy fuerte en el baile. Independientemente de que sea una manifestación artística creo que es una producción de conocimiento, y cuando hay una vida de resistencia es parte de ella, para poder expresar y conectarse con los orígenes, como una vía de escape. Es resistencia en el sentido de que, pese a todo, perdura, es como una grieta.

Claudia Claremi en una foto de su Instagram

¿Cómo enfocaste el ciclo de Condeduque?

He querido explorar un formato híbrido. No es ni una fiesta ni una conferencia ni un taller, sino algo mezclado. Se introduce el contexto, se habla desde un lugar político, algo que generalmente no se tiene en cuenta en los talleres. Quería hablar de cosas que incomodan, de temas que se atragantan, como el de la amnesia colonial. El ciclo trata de adentrase en algunas danzas desde la conciencia del reconocimiento, honra los orígenes y las luchas que hay detrás. Me ha movido la frustración de ver que cuando salen de sus lugares de origen esos bailes nos llegan comercializados y se les añade mucho exotismo. No tiene nada que ver la salsa que te sale en el buscador de internet con lo que significa a nivel identitario. Está todo muy mezclado y se simplifica al máximo, eso con lo que quiero romper.

¿A qué te refieres cuando hablas de que se simplifica todo?

El origen del voguing, en Nueva York es un ejemplo claro. Lo practicaban latinos, afrodescendientes, personas racializadas, de colectivos LGTBI y trans. Era un momento en el que se movían en los márgenes, estaba la crisis del Sida,… La cultura del ballroom los aglutinó en un espacio de supervivencia, se formaban lazos de apoyo, los concursos eran lugares en los que reconocerse como persona, como cuerpo. Por eso me pregunto cómo es posible que en España se hayan generado conflictos por decir quien debe practicarlo y quien no. Ha habido mucha incomodidad, luchas internas. Me pregunto por qué en la gente que practica rap o voguin no se despierta una conciencia más fuerte, por qué los que hacen trap y lo bailan no están en las manifestaciones de Black Lives Matter, o en la puerta de un CIE diciendo “cierren esto que es una maquina racista”. Les gusta mucho la parte estética y se desvinculan de las cosas, pero si no tomas conciencia ni apoyas esa lucha, la amnesia y el silencio los usas para consumo o placer, ejecutando de nuevo un mecanismo desde el privilegio blanco.

Estudiaste Bellas Artes en Londres y Dirección de Cine Documental en La Habana ¿Cómo llegaste al baile?

En 2010 estuve muy vinculada con el centro social autogestionado Tabacalera. Estuve allí al principio, cuando se limpió y adecuó para usos sociales. La fiesta de inauguración se llamo La flor de Lavapiés, igual que una sala de baile donde en su día iban las trabajadoras de la fábrica a bailar. Esta fue la primera fiesta que organizaba la Tabacalera como centro social para todo el mundo. Después, durante siete meses organicé junto a David Rodríguez y Jordi Claramonte una fiesta mensual para recaudar dinero para el centro. Fueron meses intensos, hubo sesiones de cumbia, de jota, de coplas o de reguetón. Me encargaba de buscar la música, invitaba a personas del barrio, a colectivos variados, los convocaba a bailar porque de otra forma igual no irían. Poníamos sillas alrededor del gran patio central como si fuera la plaza del pueblo, eran verbenas donde la gente se mezclaba. Así que fue todo casual, pero me entusiasmaba.

En 2012 sacaste a la gente a bailar chotis con la intención de desempolvarlo.

Me invitó a hacer algo en Matadero el colectivo ¡Ja! Si, en Verbena la idea era parecida, trabajar el chotis y celebrar una fiesta grande. El chotis es interesante pero nadie lo baila. Me pregunté ¿dónde se aprende? Invité a un grupo de personas que primero ofreció una clase y después fue el baile con gente de todas las edades.

¿Cuál fue tu propósito con Corte Latino?

En ese momento, 2013, yo estaba enfadada, no había una mirada diversificada en los centros culturales, siempre centrados en programar para un tipo de público, blanco y cultureta. Matadero tiene una comunidad dominicana enfrente pero había una frontera que nunca se cruzaba, no se programaban cosas para ellos. Lo de Corte latino («Jornada caribeña del barrio de Legazpi») fue un proyecto junto a Elgatoconmoscas, montamos un concierto grande de merengue y bachata donde se mezclaron los habituales con los vecinos, la música y el baile lograron que la gente lo diera todo, se generó una energía increíble.

¿Qué proyectos desarrollaste entre Corte Latino y Bailar, recordar, resistir?

Mis orígenes son cubanos, estuve estudiando cine en La Habana. Grabé la película Centella, en la que colaboré con un grupo de personas mayores que forman parte de un grupo de baile con el que practican jazz y swing. Hacía tiempo que iba a bailar, me gustaba el grupo, así que cuando tuve que hacer la tesis de dirección de documental decidí quedarme es ese espacio fascinante, con aquella gente. La película es un baile, una representación de la energía de los cuerpos, tiene toda una mística, trata sobre la música, la vejez, el cuerpo, la muerte, las conexiones de las cosas, todo se mezcla. Es una película muy líquida, incluso visualmente, es experimental en la exploración de un lenguaje que tiene que ver con el baile popular, con la gente, con lo colectivo.

Este ciclo y el de Matadero Ciudad bailar, exagerar ¿se complementan en la oferta madrileña o cada uno cubre unas necesidades?

Tenemos mucha sintonía, nos conocemos y estamos pendientes de lo que hacemos. Siento que hay un espacio común y podríamos funcionar bien juntos si surgiera, pero Ciudad bailar es más grande, largo y diversificado, este es más concreto, con un formato de taller híbrido. Nos vamos adaptando, más ahora que nos han confirmado que la próxima temporada continua el ciclo.

www.claudiaclaremi.net

Artículo sobre Ciudad Bailar, Exagerar

Ciclo Bailar, recordar, resistir