Fotos de Fernández Velasco
16 de abril 2021
El movimiento genera energía para que sucedan cosas y la que tienen Mucha Muchacha es abundante. Tanto que les da para compartir con otras personas. Ofrecen en Dansa València un taller para mujeres como ellas: jóvenes y con ganas de agitar cuerpos y mentes.
El Espai La Granja ha entrado en un nuevo episodio de su historia. Bajo la nueva dirección de Guillermo Arazo, el Institut Valencià de Cultura quiere darle el impulso definitivo para cubrir las necesidades de espacio y atención de compañías y artistas del movimiento (que son muchas, tanto las necesidades como las compañías). Es en este amplio y cálido lugar donde Belén Martí, Marina de Remedios y Marta Mármol (*) han estado dos días ofreciendo una auténtica Fiesta Primaveral, un taller para compartir sus prácticas y creación, un disparador de energía e ideas, de empoderamiento a través de la danza y el grito que la acompaña. Una celebración y un rito que ha aumentado los decibelios y la camaradería entre iguales.
Allí me presento con libreta, boli, los ojos y oídos bien abiertos. Quiero saber por qué este colectivo que irrumpió en la escena hace apenas dos años está en boca de todos, ha entrado en programaciones como la del Conde Duque de Madrid o el teatro Central de Sevilla, ha conseguido numerosos premios y colabora con gente de nivel como Celso Giménez y Violeta Gil, de La Tristura. Me reciben tan amablemente como me han atendido los días previos por teléfono o mail. Cómo se agradecen las buenas palabras, la calidez y la disposición a colaborar, aunque mi papel sea el de mosca que ronda y zumba por el espacio.
Las 12 inscritas son mayoritariamente bailarinas o estudiantes avanzadas de danza, aunque ese no fuera requisito para participar. Todas son mujeres, eso sí, porque uno de los objetivos es compartir la formación para generar un espacio común de colaboración femenina. Tras las presentaciones habituales, Belén Martí entra en materia, explicando el origen y el por qué de la compañía. Si en este artículo ya contaba algo sobre ello, escucho ahora algo esencial: durante su formación en danza española estaba todo tan marcado, incluido el rol que hombre y mujer tenían en el baile, que ellas quisieron salir de ese camino y probar cosas nuevas y, sobre todo, diferentes; el conocido efecto rebote. De ahí que hicieran performances en diferentes lugares de Madrid, como Matadero, y que comenzaran a contaminarse y a salir de la burbuja del flamenco. Rompieron el molde incluso cuando plantearon presentar su trabajo de fin de carrera juntas en lugar de individualmente, que es la norma. De esa idea surgió Volumen I, que mañana se verá en el festival Dansa València. Ahí comenzó la velocidad.
En la conversación previa al taller hablan del grupo Las Sinsombrero que en su día tanto les inspiró. Pasan un video en el que aparece Federica Montseny, en los años 70, hablando sobre el anarquismo y el socialismo como forma de organización social horizontal e igualitaria. Este es el ideario que planea sobre Mucha Muchacha, sin jerarquías, en igualdad de condiciones, con objetivos artísticos y también sociales centrados en la igualdad de la mujer, en su fuerza para mover el mundo. “Escuchar a estas mujeres nos animó a empoderarnos desde nuestra creación”. A ello se pusieron.
Lo que tiene la danza Haka
Según la leyenda, el conocido baile guerrero maorí tiene origen femenino. Lo que les interesó de él fue la unión de rito, folclore, percusión corporal y gestualidad. Los mismos elementos del flamenco pero dispuestos de otra forma y con otros objetivos. Por eso surgió el match. Los poemas se suman a estas danzas australes. Hablan de la vida y la muerte, se acompañan con golpes por todo el cuerpo que enfatizan la historia. Todo un mundo por descubrir que sirve como hilo conductor para el taller que está a punto de empezar.
Ya puestas en materia, el grupo comienza con un calentamiento, no sencillo, pero si de instrucciones claras: sonarán tres canciones y no se podrá parar de bailar mientras duren. Allá van las tres descargas de adrenalina para empezar. Los cuerpos ya entran en disposición para las primeras horas del taller. Con la musculatura a tono, llega la hora de la voz, hay que calentarla porque acompaña a la danza igual que el ¡ay! o el quejío al baile flamenco.
Del ummmmmmm girando la lengua dentro de la boca pasan al ummmm mientras bajan y suben el cuerpo y elevan el tono. Sásásásásá repiten con fuerza mientras se calibran el abdomen, sásásá y manos hacia fuera. Teteteteteté con manos y dedos cerrando un círculo. Lanzan un tirorerotirorerorerorero cada vez más alto y fuerte mientras marcan el ritmo con una pierna, un golpe seco en el suelo que acompaña el chorro de voz, “que se note el golpe” dice Marta. Vuelven al sásásásásá, esta vez con saltos laterales. Y llega el argggggggg aguerrido, mientras mueven el cuerpo hacia abajo y el grito se convierte en bramido.
El grupo está ya metido en harina, se han convertido en bailarinas maoríes interpretando una haka. Han asumido algunos de los movimientos, la importancia del grito, la modulación de la intensidad vocal, la pertenencia a un coro que suena a la vez, de un grupo que se mueve y vibra al unísono. “Ahora vamos a coger un beat común con las piernas abiertas. Pensad que vamos a la tierra, la haka es un rito de raíz” dice Belén, mientras se mueven de lado a lado.
Cuando llega el momento protagónico de los brazos, el grupo ya no puede parar ni un momento, la corriente les traspasa y se les escapa en un fluir continuo. Los brazos en la haka son muy expresivos, no solo dan golpes en el cuerpo sino que rebotan sobre este como diciendo “soy fuerte, soy grande, estoy aquí”. Los puños cerrados acompañan muchas veces a esos brazos poderosos. El temblor de las extremidades se incorpora, sinuoso, al baile, igual que las manos abiertas, grandes, que conectan con la expresividad flamenca.
Se golpean el pecho rotundamente, colocan los brazos laterales con los puños cerrados para bajarlos de inmediato a la vez que el tronco busca el suelo. Continúan con una sucesión de pasos bisagra que servirán para que cada una, después, pueda trabajar su propia haka, pero en un idioma inventado que les permita decir lo que quieren como quieran. Observo movimientos atléticos, otros más flamencos, incluso alguno con aire fitness, pero todos ellos van sumando el toque haka.
Es la hora de practicar el cara a cara. Una parte esencial de esta danza es el recitado de esos poemas y mensajes a los que están delante. Así que se disponen primero en parejas y luego en dos grupos para afinar el ejercicio, para acostumbrarse a decir de frente y gritando lo que quieren que se oiga. Una buena metáfora, pienso.
Se jalean unas a otras, mientras Belén va dando pautas melódicas para alternar con las voces. Entonan canciones de letras ininteligibles que las otras repiten mientras marcan ritmo en el lino. Pasan a un círculo, espacio ritual por antonomasia, braman y bailan a un tiempo. La parte final de la jornada consiste en comenzar una coreografía que terminarán durante la segunda sesión. Cada una se llevará una creación haka a casa. La cita de hoy ha sido un fiestón, y con las endorfinas borrachas de hype, hay que bajar un poco el ritmo antes de dar la sesión por concluida.
Conexiones
Han pasado ya unas horas desde la primer sesión y pregunto a algunas de las participantes sobre su experiencia. Teresa me cuenta que no ha bailado nunca, pero que fue a acompañar a una amiga que sí baila. “Hace tiempo que busco actividades para mover el cuerpo y la idea de este taller me gustó. Soy muy extrovertida y con todo lo que hemos pasado con la pandemia, estar junto a otras personas es sanador. Estamos en una ola feminista y de sinergias compartidas cada vez más extendida (pese a las circunstancias). Este taller tiene una dimensión física y una psicológica, la danza requiere involucrarse, conexión y concentración”. También reconoce que hoy le duele todo el cuerpo y que incluso algunos cardenales decoran su piel, pero está satisfecha con la experiencia. “Cuando llegué pensé que me faltaría la energía, pero una vez dentro me esforcé por el trabajo en grupo”, añade.
Marta en cambio es bailarina. Ha estudiado ballet y lo que buscaba en este taller era salir de la disciplina diaria. “Me ha parecido muy bien planteado, me ha aportado mucha frescura”, me cuenta. «Si vienes del clásico, como es mi caso, tienes muy marcada la forma; yo siempre estoy en tensión entre la perfección del cuerpo y la voluntad de expresarme. Aunque hago bastantes talleres de contemporáneo, la técnica también tiene mucho peso, así que este me ha encantado y lo he disfrutado mucho por su planteamiento, por la libertad que ofrece para expresarte como quieras”, concluye.
*La cuarta Muchacha, Ana Botía, no pudo estar en el taller pero bailará mañana en Volumen I