Fotos de Estudio Perplejo
18 de marzo 2021
Bailamos desde que vivíamos en cuevas y, sin embargo, cuanto más avanzamos como sociedad más trabas y normativas se imponen al baile. En época de pandemia, las restricciones se han multiplicado exponencialmente. En Madrid, un grupo de artistas, gestores e instituciones se han aliado para reivindicar y recuperar el disloque corporal porque sí. Ciudad bailar-Exagerar celebra hasta junio nuestra capacidad de dejarnos llevar por la música y el ritmo para, ¿simplemente?, bailar.
Intermediae es el brazo de acción y mediación de Matadero Madrid dedicado a las prácticas artísticas comprometidas socialmente. Este despliega una serie de tentáculos con los que activa algunas de sus premisas. La segunda edición del ciclo Cuidad bailar pone en solfa a agentes culturales y a colectivos de vecinos de diferentes procedencias y pelajes para, con su batería de propuestas, retomar la vertiente lúdica del baile y sus implicaciones políticas y sociales. Pista de baile es la instalación de Guillermo Santomà donde se han enmarcado los encuentros, una superficie de hormigón recubierta de fieltro que cubre parte de los 800 metros cuadrados de una de las naves del centro cultural. El espacio se ha convertido en un lugar acogedor para el baile, ya que bajo su malla protectora se desarrollan laboratorios, clases, charlas y actividades varias. El próximo sábado habrá un taller de Krump. The Jocker y Maddpredator darán a conocer un estilo de estética y expresividad radicales y hablarán de las condiciones de frustración que lo generaron en la periferia de Los Ángeles en los 90.
Massimiliano Casu y Carlos López Carrasco han diseñado el programa. El primero es miembro de Grupal Crew Collective (GCC), una plataforma abierta y mutante centrada en investigar el potencial de la música y la fiesta como instrumentos de agitación cultural y agregación social. En 2018 ambos idearon bajo premisas similares una primera edición de Ciudad bailar, pero concentrada en cuatro jornadas. Partieron entonces de la celebración de los 500 años de la famosa “plaga del baile” de Estrasburgo que llevó a 400 personas a bailar durante un mes sin motivo aparente. Las teorías aplicadas al conocido como baile de San Vito pronosticaba ya entonces las bondades del baile para deshacerse de enfermedades y devolver el cuerpo y la mente a un estado óptimo.
Foto de Nacho de Antonio de la performance Dondequiera, cualquier sitio, seguimos bailando
Para 2020-2021 han elaborado un calendario de actividades mucho más completo que ha adquirido una dimensión nueva con la situación sanitaria. Creador, comisario, investigador y docente, Casu mantiene estrechos vínculos con el baile como ritual comunitario y participativo, tan evasivo y hedonista como reflexivo y emancipador. “Llevo años pensando en esta práctica no escénica que es el baile popular, espontáneo, sin guión. En GCC nos parecía que en Madrid se bailaba poco últimamente, la gente no se desmelenaba. De ahí surgieron ideas como la Matadero Dance Clash, en 2015, o la Romería de los Voltios, en 2016”.
Con respecto al ciclo que nos ocupa, Casu nos da más pistas del espíritu que lo recorre: “Para desarrollar el primer festival partimos de una arbitrariedad o ficción teórica, que se basa en la idea de pensar en dos polos de las prácticas del cuerpo en movimiento, por un lado la danza, que se refiere a lo escénico y guionizado, que establece una separación entre el público y quien lo protagoniza, y por otro el baile, que es la práctica sin guión, abierta al desborde. Nosotros nos encargamos del baile pese a que ambas partes estén muy unidas y fusionadas. Vimos que tenía mucha fuerza pensar en el baile desde espacios artísticos”, añade. Y si a esta edición multiplicada le han añadido la palabra “exagerar” es porque “la exageración expande los límites de lo posible e invita a pensar en la potencia del baile para producir variaciones de la realidad, amplificar los cuerpos y desbordar las identidades”. De ahí su peligro.
Bajo sospecha
Saltar los límites es algo que interesa a los organizadores en una ciudad en la que bailar en la calle se penaliza excepto en muy contados puntos, como en Nuevos Ministerios. Sobre la tendencia a considerar las manifestaciones espontáneas de baile como algo casi delictivo, o cuanto menos pernicioso para la sociedad, daba fe recientemente la coreógrafa y arquitecta Esther Rodríguez Barbero en una de las mesas de debate organizadas estos meses. Investigando el baile como lugar de emancipación para su pieza We (Still) Can Dance, llevó a cabo un estudio sobre leyes que lo han regulado: la de Suecia en los 70, que prohibía sus manifestaciones espontáneas; en el Japón de la posguerra, que lo limitaba a bares y hasta las 12 de la noche; la Dance Tax de Bruselas, años 50, según la cual cada sala pagaba cincuenta céntimos por persona y noche para contrarrestar los gastos extras para la paz y el orden que estos lugares generaban; o en el Irán de este mismo siglo, donde tres hombres y tres mujeres fueron detenidos en 2014 por bailar Happy de Pharrell Williams en la calle.
Los encuentros de expertos e implicados que participan en el ciclo se recogen en una serie de podcast disponibles en la web de Intermediae. Un archivo sonoro de interesantes aportaciones como las que hubo en Resistencias K-pop. Kira Ten detalló una serie de campañas de acción directa a través de redes en contra de la extrema derecha en Estados Unidos. Ella fue la instigadora de la compaña Facha que veo facha que zancaneo, que estampó coreografías sobre imágenes de sedes de partidos o convirtió a un conocido líder ultra en princesa K-pop.
El plantel de invitados al ciclo es tan amplio como variado. Lejos de los nombres propios habituales de las mesas de debate, Casu destaca que trabajar desde “entornos abiertos, acogedores y dispuestos a experimentar” permite encontrase con unos perfiles profesionales altamente estimulantes. “Empezamos planteando preguntas, lanzándolas sin pretender obtener respuestas pero buscando qué prácticas se conectan con esas preguntas, de que manera las amplifican o estiran, creando conexiones improbables que pueden funcionar”, añade.
Una aportación importante de Ciudad bailar es favorecer un marco de pensamiento y reflexión en torno al hecho de bailar. Casu comenta que “quien baila piensa con el cuerpo, en el laboratorio en que se baila existe el mismo nivel de conversación, diálogo, aprendizaje e intercambio de ideas que al verbalizar. El pensamiento no quita espontaneidad al baile porque si tienes conocimiento de lo que haces se amplifica”.
La clave al diseñar el programa también ha sido mezclar roles: “en los laboratorios, por ejemplo, ponemos a personas que bailan para que hablen junto a pensadores para que estos se muevan”. También han dado cabida a estilos diferentes, de las danzas urbanas o el twerk, al folclore o el flamenco.
Pistas de baile públicas y de libre acceso
De todo lo que ha posibilitado estos meses Ciudad bailar el comisario pone el acento en el uso cotidiano del espacio habilitado, la instalación de Santomà, “lo que manifiesta que esta apuesta por una pista de baile pública de libre acceso responde a una demanda crónica de mucha gente en Madrid”. También nos habla de Deslizar la ciudad, “un encuentro con adolescentes afro descendientes que practican bailes propios, como el dancehall o el afrotrap, a las que propusimos generar una pieza propia. Las estamos tratando como si fueran una compañía, lo que describe el modelo de creación que nos interesa: que el espacio artístico se abra a las prácticas populares, que no suelen ser bien recibidas”. La traca final será los días 11 y 12 de junio, cuando se lleve a cabo un festival que durante dos jornadas reunirá propuestas como una performance butoh, una aproximación a cómo se bailará en los pueblos dentro de 2000 años, o un encuentro con comunidades LGTBIQ y racializadas que adoptan el baile como ritual de resistencia. La instalación permanecerá abierta hasta el 30 del mismo mes.
Durante la pandemia, de hecho no hemos dejado de bailar. Aunque se hayan pospuesto verbenas o clausurado pistas y salones, los balcones, el espacio doméstico y los mundos virtuales han acogido las ganas de moverse al compás de la música, de liberar energías e interactuar con el entorno.
La Pista de baile ideada por Santomà con la bola de luz de Simon
La comunicación del cuerpo
Zoe López es la responsable de contenidos de Intermediae. Explica que el lenguaje del cuerpo siempre les ha interesado, “nos parece un vehículo para trabajar otros públicos y lenguajes; el discurso puede ser muy reductor, mientras que el cuerpo es más directo. Nos interesa esa visión apócrifa de la danza porque hablamos de la faceta de rebelión, de resistencia, que tiene el baile, de usar la danza como una herramienta con un objetivo”, comenta.
Desde la transdisciplinariedad que caracteriza este tipo de proyectos con tantas implicaciones y agentes activos, López reconoce que en la “escena de desamparo” en la que la pandemia ha convertido la ocupación del espacio público, son las instituciones las que deben dar el do de pecho y, en este caso, potenciar la dimensión social del baile.
La carpa-jaima-pista de Santomá es “un espacio que pese a que puede ser muy invasivo visualmente por su volumen, no lo es cuando estás dentro. Lo que está pasando estos meses dentro es mágico. Se ha convertido en un lugar seguro para bailar y ensayar. Cada día viene gente, jóvenes sobre todo, para intercambiar, aprender, es un espacio de comunicación. El baile es esperanza, resistencia, resiliencia”, concluye.