Fotos de Óscar Romero

25 de febrero 2021

Rocío Molina no es una, es muchas. Ese es su valor y su misterio, porque hasta que no la enseña nunca sabemos cual es la parte oculta que mostrará. Su carrera viene marcada por ese pulso por extraer de sí misma todo lo que pueda, bien fluyendo de forma espontánea como en sus Impulsos, o en espectáculos elaborados, difíciles de ejecutar, extenuantes, como Caída del Cielo o el posterior Grito Pelao, en el que bailaba embarazada. La gira con las dos primeras partes de su Trilogía sobre la guitarra recala ahora en los Teatros del Canal de Madrid. Hemos hablado con ella sobre algunos detalles de esta nueva creación triádica.

La bailaora malagueña (1984) es dinamita, por eso muchas veces ha hecho volar las convenciones en el escenario. Lo hizo al principio de su ya consolidada carrera bailando su personal flamenco en culote y top mientras expandía su riquísimo vocabulario coreográfico. Lo ha hecho después con demostraciones de resistencia como la de estar cuatro horas seguidas bailando en improvisaciones pautadas. Es también capaz de generar poesía pura con el movimiento de sus brazos, con su balanceo o con delicadas contorsiones. Su dominio del baile (lo practica desde los tres años y es graduada con matrícula de honor por el Real Conservatorio de Danza de Madrid) y su osadía artística le han sido compensados con reconocimientos como el Premio Nacional de Danza (2010), varios Max (mejor espectáculo para Grito pelao en 2019, mejor intérprete y coreografía para Caída del cielo en 2017) o galardones de la talla de los Dance National British Awards, entre otros.

La trilogía que dedica a la guitarra no es solo una declaración de amor al instrumento flamenco por antonomasia (aunque ella haya colocado una batería en el escenario), es también una manera de seguir mostrando sus diferentes caras y vertientes artísticas. La última Bienal de Flamenco de Sevilla acogía en septiembre el estreno de las dos primeras partes de su nueva propuesta. Reconoce que este formato le viene dado por todas las cosas que la guitarra le inspira porque “o hacía una obra de cuatro horas o dividía en partes”. En la misma jornada estrenó al mediodía Inicio (Uno) y por la noche Al fondo riela (Lo Otro del Uno). Estas dos piezas son las que se verán consecutivamente en la Sala Roja del Canal, la primera hoy mismo y mañana, la segunda el sábado y el domingo. La tercera parte se anuncia para diciembre, aunque más que nunca toque añadir la coletilla de “si todo va bien”.

Foto de Inicio (Uno)

Rocío Molina ha reconocido en público que tras más de una década creando y girando sin parar, la temida crisis artística tocó a su puerta. Después de Grito Pelao, aquella obra en la que subía a escena con su madre y con la cantante Silvia Pérez Cruz, llegó el vacío. El tremendo disloque que provocó la pandemia en nuestras vidas fue para ella una oportunidad, para descansar y pensar, para recuperarse de ese estado en el que sentía que no tenía nada que aportar. Por eso le pregunto sobre cómo vivió la creación de las dos piezas ahora en gira, “Ha sido un proceso que llegó tras el parto de mi hija y la crisis creativa, así que quise dejar que todo eso tomara su presencia, quería aprender de lo que estaba pasando. El proceso de creación siempre te devuelve un gran aprendizaje y se transforma en algo”.

Ese algo es en Inicio (Uno) un cuerpo a cuerpo con Rafael Riqueni, el famoso guitarrista con el que anhelaba encontrarse. “Vaciar de artificio para que lo esencial recobre el poder de llenar” escribe en su declaración de intenciones. Y ahí están los dos, en escena, cara a cara dejándose tocar por la melodía y el baile del otro, y la bailaora se entrega al movimiento sin ejercer el control. Fluye junto a las notas de Riqueni, escenario austero, con el blanco y los tonos claros como protagonistas, la poesía de la partitura junto al lirismo del movimiento. Poco más. El resultado ha recibido el aplauso unánime de la crítica.

El ego es un magma oscuro

Rielar es sinónimo de vibrar. Al fondo riela, el título de la segunda parte indica algo, sutilmente, marca una vía de comprensión. En esta pieza Molina se acompaña por dos guitarristas de estilos distintos, Yerai Cortés y Eduardo Trassierra que entran en diálogo exploratorio de las posibilidades polifónicas del instrumento, incorporando al estudio solitario los recursos armónicos o rítmicos que permite el dueto. El negro domina la escena, proyecciones de un mar profundo y un suelo-espejo oscuro que refleja las figuras completan el cuadro. Si en la primera hay luz, en esta parece que domina la oscuridad. ¿Son ambas piezas el anverso y el reverso de Rocío Molina? pregunto a la artista: “Yo lo veo como una misma cara, como si hubiera un río en medio y hay dos orillas, ambas se miran. Inicio es un renacer, una catarsis, y aunque Al fondo riela es más tenebrosa, refleja una parte mía que no quiero esconder. La tercera parte mostrará que existen más de dos caras”, añade. A la espontaneidad gozosa de Inicio siguen las propias pasiones de la malagueña (vanidad, deseo, orgullo o miedo) en una obra de estética y empaque deslumbrante. El exquisito vestuario o las proyecciones suman tantos al diálogo a tres bandas entre los guitarristas y la bailaora.

Rocío Molina es una animal de escena, en ese espacio sagrado su entrega es total, por eso confiesa que tiene unas ganas increíbles de bailar, de mostrase al público, “Estoy agradecida de poder bailar, de ensayar con los músicos. Gran parte del proceso de creación fue en la distancia, sin presencia, sin cuerpos, por eso ha sido mayor la alegría de volver a estar juntos de nuevo”, confirma.

De ella es conocida su valentía, su valor al arriesgar e intentar nuevos hallazgos cada vez que se concentra una nueva pieza, ¿tal vez le empuja una necesidad de estar en metamorfosis constante?, “Si, me da miedo estancarme pero ahora también he hecho un trabajo de no empujar nada, ni mi cuerpo, ni las ideas, que todo sea natural. Me ha costado porque soy de arremangarme, pero estas dos piezas me han ayudado a ver que sin ese empuje puedo también ir lejos, he llegado a algo más humilde y a la vez muy honesto”.

Arroz para todos

Tras esta declaración de amor a la guitarra otra pregunta sería si ella misma la toca, “(rie) No, no sé tocarla, tanto el baile como el toque requieren entrega total y yo me he dedicado 100% al baile”. Desde que trasladó su centro vital a un antigua almazara en el campo sevillano (@LaAceitera), Rocío Molina reside, crea y acoge en este amplio espacio a otros artistas en proceso de creación. Por allí han pasado Teresa Navarrete, cabosanroque, Dani Hernández o Andrés Marín. Charlas, ensayos abiertos, presentaciones jalonan el día a día del lugar. Le pregunto sobre la casuística a la hora de regresar a casa tras las giras y tener que lidiar con otras creadoras y creadores en su propio hogar: “Si, cuando regreso a casa hay mucha actividad, vuelves para descansar y hay ensayos, artistas trabajando,… pero lo que me apetecía era estar muy bien acompañada, así que cuando vuelvo de gira me apetece cocinar un arroz para todos”.

www.rociomolina.net

Link al artículo que habla, entre otros, sobre el documental Impulso que Emilio Belmonte filmó sobre la creadora.