Fotos de Jose Jordán. En la portada, María Cabeza de Vaca
15 noviembre 2020
Danzaaaaaaaaaaa! gritamos al avistar el programa de la edición 2020 del festival, que ha ofrecido entre el 7 y 15 de noviembre 35 representaciones, 13 de ellas en la calle, y que ha permitido al público conocer las creaciones recientes de compañías y creadores nacionales, entre los que la presencia valenciana ha sido destacada.
Mar Jiménez, su directora desde 2017, diseñó para abril, su fecha original, un programa que se tuvo que posponer hasta otoño por la crisis sanitaria. Aun así, se ha podido mantener el 90% de la programación original, acoplando los calendarios a medio gas de compañías y resto de profesionales implicados y extremando las medidas de higiene y protección de todos (mascarillas, geles, toma de temperatura, espacio entre asientos). No es necesario resaltar la dificultades que los vaivenes epidemiológicos han añadido a la gestión de un evento de estas características, con 10 espacios implicados, 24 colectivos artísticos, con decenas de intérpretes y participantes de otras Comunidades Autónomas con problemáticas propias. Pese a todo ello, y con la gestión last-minute de algunos detalles tan importantes como el horario de las representaciones por el toque de queda, el festival se ha podido celebrar y para los que lo hemos podido disfrutar ha sido una auténtica celebración, un festín de danza, de movimiento, de la escena de aquí y ahora. Un festival vivido como extraordinario por la fragilidad del momento, dotado de cierta épica por el mismo motivo, que ha hecho suya la verdad que en muchas ocasiones esconde la danza: hacer que parezca fácil lo difícil.
De esto último nos hablaba Christine Cloux en Tout finira bien, uno de los estrenos del festival. Acompañada por el multifacético Jorge Picó (actor, director, autor, productor, mimo), la bailarina franco-suiza afincada en Valencia repasaba poéticamente parte de su carrera profesional, salpicada de sorprendentes hitos, como haber tenido papel central en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Albertville (1992), o haber trabajado con algunos de los coreógrafos franceses de mayor proyección internacional. Cloux ha querido exponer lo que supone ser bailarina, las exigencias y entregas a una profesión que a sus 54 años de edad reivindica desde otra posición, porque «cuando bailo no tengo edad». Como ya comentaba en el anterior artículo dedicado al presente Dansa València, un buen número de participantes de esta edición sobrepasaba los 40 años, un indicativo de qué movimientos propios y externos agitan también las artes del movimiento. Visto en perspectiva, estamos en uno de los momentos más desprejuiciados que recuerdo sobre lo que es y no es danza, sobre edades, formas o modelos de sus intérpretes, aunque es una lástima que la precariedad impida que todo ello progrese adecuadamente y, sobre todo, que se transmita, por extensión, a la sociedad, todavía instalada mayoritariamente en lo canónico.
Christine Cloux en Tout finira bien
El juego de espejos deformados que propone María Cabeza de Vaca en Cabeza de Vaca ha sido uno de los hallazgos del festival. En este solo estrenado en febrero de 2018, la creadora andaluza utiliza la figura de su antepasado, el conquistador del que heredó su apellido, para desplegar un trabajo exigente, muy divertido, cargado de una expresividad personalísima, con una puesta en escena efectiva y sin excesos. Pieza para disfrutar que debería tener un largo camino de exhibición si la vida cultural de este país gozara de mejor salud. Si al grito de Tieeeeeeerraaaaaaa! arrancaba la pieza, con los aplausos de los asistentes, convertidos en fieles devotos, acababa su representación en el Espacio Inestable.
Aunque el mayor número de aplausos (durante y, sobre todo, al final de la obra) se los llevó Viva! la pieza con la que Manuel Liñán consiguió en octubre el Max al Mejor Espectáculo de Danza. ¿Dónde está el duende? preguntaba, jocoso, uno de los seis intérpretes (travestidos todos de bailaoras) que durante casi dos horas fueron mostrando su endiablada capacidad para expresar con todo el cuerpo lo flamenco que llevan dentro, sin género. Acompañados de tres músicos y un cantaor, se metieron al público en el bolsillo con una combinación de virtuosismo, desparpajo, humor y mensaje. La ovación fue tan grande que como acechaba el toque de queda el respetable tuvo que salir corriendo del teatro Principal (algunos literalmente).
En el mismo escenario se pudo ver a Lava, la compañía de danza residente en el Auditorio de Tenerife, dirigida por Daniel Abreu desde su creación en 2018. Aunque el fin de semana anterior ya hubo representaciones en la calle, fue este el espectáculo que inauguró oficialmente el festival el día 10, noche en que se dejaron ver autoridades como el Conseller de Cultura i Educació, Vicent Marzal (el festival lo organiza el Institut Valencià de Cultura, dependiente de esta Conselleria, con el apoyo del Ajuntament de València y la Diputació). Bending the Walls, de Fernando Hernando Magadan, y Beyond, de La Intrusa (Virginia García-Damián Muñoz) son creaciones diferentes en su planteamiento que resultan igualmente impecables en su factura y resolución. También ambas destilan una inquietante frialdad.
En el Rialto, el más art-decó de los teatros de la ciudad, se exhibieron algunas de las obras de formato mediano del programa. Hubo platea llena (al 50%) para ver Vigor Mortis, la pieza con la que sus dos intérpretes, Asun Noales (también directora) y Carlos Fernández, obtuvieron este mismo mes el reconocimiento como Mejor Bailarina y Mejor Bailarín en los Premios de les Artes Escénicas Valencianas. Esta producción de Otra Danza (compañía con sede en Elche que Noales creó en 2007 tras una carrera de bailarina para otras formaciones) ha sido un regalo que su directora ha querido hacerse en un momento en que se siente con ganas de seguir bailando. Aunque el cuerpo note las limitaciones de sus 48 años, la energía se canaliza de otra manera y aquí, junto a su amigo, y en ocasiones compañero de escenario, Carlos Fernández, ambos la derrochan. Obra hecha desde la complicidad y el respeto, consiguió también en los mencionados Premios el galardón por una escenografía de Luis Crespo que les permite jugar y mostrarnos todos los registros de su personal movimiento.
Foto de Vigor Mortis de Otra Danza
En la calle y en el convento
Plazas y jardines han acogido durante el festival hasta 13 representaciones de varias compañías. De ellas, el programa del día 12 incluía propuestas valencianas. En Voces, el colectivo Dunatacà quiso dar protagonismo a los mayores, los grandes perjudicados por la Covid-19. Fil d’Arena ha contado en Sènia con el asesoramiento de Roberto Oliván para una propuesta coral sobre el ritmo frenético de la vida actual. Muy sugerente resultó el Dual-Selfie de Led Silhoutte. Sus dos espigados creadores y bailarines, Jon López y Martxel Rodríguez, parecían recién salidos de un cuadro de El Greco.
Otro de los dúos hipnóticos del festival ha sido Fukuaka de La Veronal, que halló cobijo en la sala Refectori del CCCC. Intensos 13 minutos en los que el protagonismo lo asume la maravillosa imbricación de la rítmica flamenca con el lenguaje Kova de Marcos Morau y su compañía.
Además de muestras de obras terminadas o de procesos de creación, Dansa València ha mantenido, aunque menguada por la situación, su vertiente de cita profesional con varias actividades de encuentro, presentación de proyectos o intercambio de experiencias. La ciudad se mantiene anualmente como punto caliente de la exhibición en torno al movimiento, al cuerpo. Si esta edición ha salido adelante en un marco tan complejo ha sido por la mezcla de experiencia, pasión y capacidad de adaptación que tienen los profesionales de las artes vivas. Una resiliencia a prueba de bomba siempre necesitada de más apoyo económico y de recursos.
Led Silohuette en la Plaza del Patriarca