Foto de portada: Nazareth Panadero en Ten Chi, foto cortesía de Ursula Kaufmann
10 de septiembre 2020
Pina Bausch buscaba para sus obras a seres humanos que pudieran bailar. Nazareth Panadero (Madrid 1955) fue una de esas personas con las que se produjo la alquimia. Llegó al Tanztheater de Wuppertal en 1979 y, 41 años después, allí continúa, desplegando las infinitas posibilidades que el legado de Bausch, 11 años después de su muerte, aun le ofrece. El Ministerio de Cultura español le concedió el mes de diciembre pasado la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, distinción que no ha podido ser entregada por la pandemia. Hemos querido recoger sus impresiones por este reconocimiento y otras valiosas reflexiones sobre su carrera, sobre el valor presente del repertorio de la compañía alemana y algunas cuestiones del futuro. Durante la charla, Panadero enfatiza, explica, gesticula, se emociona, ríe a carcajadas. Toda la expresividad humana contenida en una artista total.
En 2014 el Ministerio de Cultura español le concedió el Premio Nacional de Danza y en 2019 la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes. Su país, aun con cierto retraso, le reconoce el trabajo y parece, además, como si con estos reconocimientos la quisiera atraer hacia aquí.
En eso no he pensado, pero me ha tocado mucho el hecho de que España se acuerde de mí. Me encanta Alemania y he hecho mi vida aquí, pero me siento española y estoy muy ligada a mi país. Haber estado tantos años fuera y que me recuerden es fantástico.
¿Supone algo especial verse en una lista de reconocimientos equiparada con otras disciplinas más valoradas socialmente como son la música y el teatro?
Fue precisamente Pina Bausch quien hizo mucho para que la danza fuera un arte entre las otras artes, al mismo nivel que la música y el teatro. Ella elevó el nivel, le dio contenidos profundos, quitó las fronteras entre teatro, danza, música, entre todo lo que puede tener cabida en un escenario. Por eso creo que hoy en día la danza está al mismo nivel que las otras artes.
¿Qué le ofreció la danza que se ha quedado toda la vida?
En mis inicios en España me ofreció una dimensión desconocida que no había sospechado que existía, me intrigaron inmediatamente las posibilidades de su lenguaje. Ya en Francia descubrí muchas cosas que quería explorar más allá del clásico. Pero después, el hecho de encontrarme con Pina Bausch me dio acceso a un lenguaje total. Si no la hubiera conocido no hubiera estado en escena tanto tiempo, habría perdido el interés. Es gracias a Pina Bausch, a lo que representaba la danza a su lado, que sigue teniendo interés para mí.
Nazareth Panadero en Cafe Müller, foto cortesía de Ursula Kaufmann
¿Por qué es Pina Bausch una artista única en cuya compañía lleva ya 41 años?
Por la autenticidad de su lenguaje y también por su dimensión. Con Pina Bausch no llegué nunca hasta el final porque las posibilidades que ofrece su lenguaje son ilimitadas. El impulso inicial para bailar es darte cuenta de que quieres expresarte a través del lenguaje corporal. Pero eso con Pina Bausch tomaba una dimensión infinita y extremadamente auténtica, daba la impresión de poder jugar, buscar y encontrar hasta el infinito, de estar rodeada de posibilidades que podías coger o dejar, pero que ahí estaban. Se puede ir más lejos, seguir avanzando con la edad, con el conocimiento, con las experiencias vitales.
Ella decía en las entrevistas que sin los intérpretes no hubiera conseguido nada, en eso se retroalimentaban.
La palabra intérprete no funciona para la compañía porque para ella los bailarines eran artistas. Cuando le preguntaban sobre cómo los elegía decía que buscaba a seres humanos que pudieran bailar. Un intérprete es alguien que reproduce algo y con Pina Bausch lo que se daba era un diálogo entre ella y sus performers, había que inventarlo todo.
En la película que Win Wenders realizó sobre Pina Bausch y la compañía usted dice que lo pasaban muy bien, que hacían cosas muy disparatadas. ¿Sigue siendo así?
Me refería al proceso creativo con Pina que consistía en buscar en todas las emociones posibles. Se podía jugar con muchas cosas para luego concretar, hacer una estructura y un espectáculo. Su trabajo era hacer de todo este material que había estallado una pieza. Una mezcla de enorme libertad con enorme rigor.
Ha participado en 35 obras de Pina Bausch. ¿Es alguna de ellas especial para usted?
Las obras de Pina son un conjunto de maravillas, cada una diferente, con distintos colores o notas. Por eso las piezas especiales lo son por el momento en que se realizaron. Como la última que hice con Pina, Sweet Mambo, de 2008, simplemente por ser la última. Fue otra vez una puerta abierta, no tuve la impresión de fin, por eso el día que deje la compañía sé que no habrá un fin, que la danza tomará otras formas. Esta pieza tiene esa connotación, darme cuenta a la edad que tenía, cincuenta y tantos, que esta búsqueda de Pina no tiene fin. Estoy muy ligada también a Palermo, Palermo porque había dejado la compañía dos años y regresé, en el 89. También tengo una relación especial con Barba Azul que es la que vi en el Théâtre de la Ville de París en 1979, cuando conocí a Pina. Con esta pieza abrí los ojos a su universo. Pero no tengo una pieza preferida, tengo muchas, cada una está en su lugar.
Han pasado ya 11 años sin Pina Bausch. ¿Cómo valora esta década sin ella?
A la compañía le falta Pina Bausch, el lugar que ella dejó no se puede llenar con nada, pero la influencia que dejó es tan grande y sus piezas tan sólidas que la han sobrevivido y nos pueden sobrevivir a todos nosotros; eso es lo que hace que la compañía siga. Ha dejado una obra extensa y auténtica y las piezas siguen siendo actuales. El mundo cambia, las generaciones cambian y a los jóvenes de hoy les sigue interesando este lenguaje.
En estos años, el gran dilema por resolver viene dado porque Pina creó un universo donde se estaba en estado constante de creatividad, primero con dos piezas al año (resulta increíble pensar que Kontakthof y Arien estén hechas en la misma temporada), y después una por año, lo que suponía estar en un proceso creativo que se compaginaba con la exhibición del repertorio. Cuando ella falleció quedó ese eco, un estado permanente de creatividad. Esto se ha resuelto de diferentes formas hasta ahora y yo he participado en todas las fórmulas que la compañía ha ofrecido, lo que me ha permitido tener un excelente diálogo con otros artistas que han pasado por Wuppertal después de Pina. Eso es tan importante para mí hoy en día como su legado, porque siempre se ha compaginado repertorio y creación. Para que el repertorio no sea simplemente piezas que se exhiben, para que recoja el espíritu del momento, para que los performers estén en el escenario como si fuera la primera vez, para eso hay que estar despierto y creativo. El compaginar la creación y el repertorio de Pina Bausch permite a la compañía seguir viva; simplemente el dilema de estar en ese equilibrio le insufla vida. Quería destacar el trabajo hecho con Alan Lucien Øyen y con Dimitris Papaioannou. Yo estuve en Bon Voyage, Bob, la pieza de Øyen y me marcó mucho. Fue un pequeño milagro ver como alguien que no tenía contacto directo con la obra de Pina nos hizo estar tan cómodos, trabajando algo muy diferente, pero a la vez paralelo.
La compañía trabaja estas semanas en la reposición de una pieza de 1978…
Ella tuvo ese deseo de dejar su obra viva y lo consiguió. Gracias a eso se ha podido continuar con su legado. Si hubiera sido una compañía basada en la última creación no estaríamos aquí. Ella, probablemente, tenía la intuición de que su obra era importante y tenía que sobrevivir.
¿Qué tarea ha emprendido en Wuppertal tras las vacaciones?
Hablar ahora es muy complicado, es un tema estratégico, político, tiene muchas connotaciones que para nada son artísticas. Lo artístico es lo último en esta situación, por eso tengo una especie de freno a contestar. Hay todavía un programa de antes del coronavirus, pero hay que ir viendo qué es realizable y qué no. Hasta ahora hay ensayos individuales, con poca gente; también están las clases, con las normas de higiene como en otras compañías. Se prepara la reposición de He takes her by the hand… que son solo nueve personas, y el resto del programa está en papel, pero habrá que ir viendo. Dependerá mucho de la situación del mundo porque estamos hablando de una compañía internacional.
Siento tener que mencionar el virus porque no es nada artístico. Creo que se trata, no solo para nosotros sino para todos, de no renunciar y demostrar que estamos vivos. Mientras el mundo no se estabilice todos los trabajos que tienen una parte internacional van a estar muy tocados. Y más aun la danza, que se nutre de la proximidad, piel con piel. Si dejo de lado lo que es la tragedia de la situación, para mi puede ser interesante ver cómo seguir con cierta motivación en la situación en la que estamos, pero eso es hablar más de filosofía de vida que de danza. Creo que todos tenemos los mismos problemas y lo único que se puede esperar es que eso sirva para encontrar una solución colectiva.
¿Cuántos años le quedan en activo en Wuppertal y qué otros proyectos está desarrollando en paralelo?
No tengo ninguna obligación de retirarme de la compañía, pero por mi edad empiezo a pensar en otras cosas. Vine por un año o dos, pero era tan interesante y rica la experiencia, descubrir que puedes ser performer después de los 40, los 50 y los 60 años, que por eso me he quedado. Yo sigo mi vida de la misma manera, pero dada mi edad y dado que Pina ya no está pienso en hacer otras cosas, en mis pequeños proyectos. Me encanta enseñar y el contacto con la gente joven. Tenga la edad que tenga continuaré con otras cosas relacionadas con lo vivido con Pina, pero que por otro lado tengan que ver con mi edad y mis intereses del momento. Por ejemplo, en estos años sin Pina he desarrollado el trabajo con mi compañero en la compañía Michael Strecker. Fue a partir de la película de Win Wenders, un gran artista, una persona muy sensible que nos ayudó a sobrellevar el duelo. Pasó varios meses con nosotros durante las grabaciones, y una de las cosas que nos pidió a cada uno fue hacer algo que para nosotros fuera esencial e importante de nuestro trabajo con Pina. Yo quise hacer algo de la última pieza, Sweet Mambo, el dueto con Strecker. Fue a partir de ese momento que pensamos en hacer cosas juntos. Hemos creado varios dúos que hemos presentado en el ciclo Underground de Wuppertal, un espacio donde los artistas que tiene ganas de crear pueden mostrar su trabajo. Si todo va bien en junio de 2021 crearemos y presentaremos una pieza en los Teatros del Canal de Madrid.
Nazareth Panadero y Michael Strecker en Clandestine, foto cortesía de Ursula Kaufmann
Existe también un proyecto que quedó parado por la pandemia. Se trata de una creación para la compañía que empezamos a preparar Richard Siegal en los Teatros del Canal en noviembre de 2019 y que luego hemos ido trabajando en diferentes períodos. Era para Encounters, un programa compartido por diferentes artistas y coreógrafos que se tenía que haber estrenado en junio en Wuppertal pero no pudo ser. Espero que en el futuro cristalice, aunque sea con otra fórmula. No quiero hablar siempre en negativo del coronavirus, hay proyectos que se retomarán más adelante, como este que menciono, y algunos que he podido hacer durante el confinamiento, como la participación en la video danza que para el Sadler’s Wells ha hecho el cineasta Jonathan Glazer. Nos fuimos encontrando por zoom, mi coreografía está grabada con un teléfono por mi marido y durante dos semanas nos olvidamos del virus.
He grabado también la canción Los días largos, una pequeña perla para Lost Memorys III del compositor japonés Yun Miyake. Aunque es una canción, si cierras los ojos ves una pieza de danza-teatro. Toda esa apertura la recibí de Pina Bausch, es la onda que ella ha dejado en mí. Para mí eso, hoy, es lo más importante.