Foto portada de Alessia Bombaci
18 de julio 2020
El hambre agudiza el ingenio y en ocasiones salva la vida. Cesáreo Casino escapó por unos segundos de una letal explosión en la trinchera del frente andaluz durante la Guerra Civil. Acudía, hambriento, a comer unas migas en otro punto del campamento cuando una granada masacró al grupo de milicianos de la 147 Brigada Mixta CNT/FAI que la manipulaba. Pese a que entre ellos se encontraba un dinamitero, el artefacto se los llevó por delante. Una de las vidas que barrió la metralla fue la de un joven para quien Cesáreo estaba escribiendo una carta de amor con el fin de que este, que no sabía escribir, la enviara a su novia. Esta es una de las historias que rescata la artista Sandra Navarro, nieta de Cesáreo, en 36 caracteres, una obra con formato de instalación que, estrenada en 2018, sigue buscando hueco en la escena actual. Navarro grabó en un casete, de forma espontánea, las historias del frente a las que su abuelo le tenía acostumbrada. Fue una mañana de 2000 en Castielfabib (Valencia). 18 años después, a partir de esa memoria recuperada, presentó esta pieza que combina la historia familiar, reproduciendo parte de las grabaciones que hizo a su abuelo, con la del país, a través los audios de discursos oficiales de la guerra y de entrevistas a los líderes anarquistas Buenaventura Durruti y Francisco Maroto; en el espacio, libros de historia para consultar conviven con folios sueltos que recogen ideas y reflexiones de Navarro sobre todo ello. La voz y la memoria rescatadas para recordar, compartir y reparar.
El recuerdo que me queda de la pieza es que era un homenaje a tu abuelo y a lo que representaba para ti. ¿Hay algo de eso en la obra? En principio no era esa la intención, pero sí que ha terminado siendo un homenaje, a mi abuelo y a todos los abuelos que creyeron que podían cambiar el mundo, parar el fascismo y construir una sociedad más justa. Tengo la sensación de que Cesáreo, mi abuelo, acaba siendo el abuelo de todos porque los que ven la pieza se sienten identificados, vienen a hablar con familiaridad de él, como si le conocieran de toda la vida, algo que me gusta mucho. Al principio, cuando oía las cintas, había momentos en que me ponía a llorar por la crudeza de lo que explica, pensaba que no podría hacerla y salir al escenario, era muy emocionante.
¿A que edad murió? Murió en 2014 con 94 años. Estas cintas las grabé en febrero de 2000. Una mañana, antes de regresar a Valencia desde el pueblo de la familia saqué la grabadora y le dije “cuéntame”. Me he quedado siempre con las ganas de preguntarle más cosas. De mi abuela tengo mucho material, pero claro, ella no estaba allí, en el frente. Es curioso, si la misma historia la preguntaba a diferentes personas de la familia cada uno tenía unos recuerdos diferentes, ofrecía una versión y había puesto el foco en un aspecto.
En tu familia no ha habido el silencio que se ha dado un muchas familias españolas No, para mi abuelo su terapia era contar historias, es el poder sanador de la palabra. Esa fue se manera de distanciarse, cuando repites algo mucho, se torna en cuento de tradición oral. Todas las historias son muy bestias.
¿No represaliaron a tu abuelo después de la guerra? No, era muy querido, una persona justa. Se dedicaba al campo y tuvo una carnicería después de la guerra porque tenía rebaño.
En la pieza hay un posicionamiento ideológico, a favor del comunismo libertario ¿Consideras vigentes las ideas que movieron a tu abuelo a su opción en la Guerra Civil? Convivían el anarquismo y el comunismo libertario surgido de las colectivizaciones. Todo ese fue una tarea que tuve que hacer, entender las intrigas políticas, el pensamiento de los diferentes grupos. Carlos Taibo, profesor de política en la Universidad Autónoma de Madrid ha hecho un trabajo muy bueno en el que explica que, mientras el anarquista ha podido leer a Malatesta o Bakunin y se alinea con esas ideas, el libertario, sin haber leído a esta gente, hace una práctica libertaria en el día a día. Como hacía mi abuelo, como pasaba en los pueblos, lo que sería la democracia participativa, sin interlocutores, sin organismos, democracia directa. Creo que ahogaron el movimiento porque eran unos visionarios, eran futuristas en temas de mujer, de feminismo, de sexualidad, naturismo, vegetarianismo, en la comunicación con otros hombres y no con Dios (practicaban el espiritismo) por oposición a toda la ideología católico burguesa. Era como bajar el cielo a la tierra y tener otro tipo de conexiones con lo único que tenían, que era su cuerpo, para cambiar el mundo. Las ideas están vigentes más que nunca, y más después de la Covid-19; antes de que llegaran las administraciones con las ayudas ya se había organizado la autogestión en los barrios, ya había asambleas, ayudas para abuelos, para gente con problemas. Al final se trata de ver, entre todos, qué necesidades se pueden cubrir, qué puedo dar yo, sin necesidad de recibir nada, «de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades».
¿En qué momento y punto arranca tu investigación? Empezó unos cuatro años antes de estrenar, en 2014. Hice una cena en casa con unos amigos argentinos y hablamos sobre el tema, sobre las dictaduras…. Ellos me dijeron que tenía que hacer algo. A mi abuelo no le había preguntado y yo pensaba en el tema del respeto,… tampoco sabía cómo se lo iba a tomar la familia. Pero ellos me hicieron verlo claro. Me digitalizaron las cintas en Holanda y a partir de ahí empecé a trabajar.
¿Por dónde empezaste? Descubrí que se escuchaban mal, pero empecé con las transcripciones de todas las cintas. En ellas no había continuidad, había saltos espaciales, temporales, igual interrumpía alguien,….Tuve que poner orden, por grupos de temas, y transcribir. Había momentos en que me costaba entender. Me concedieron una residencia en México, y después de un mes allí salió una pieza, pero cuando volví a Barcelona tenía una residencia en el Graner y vi que esa no era la pieza que quería, la destruí y empecé de nuevo. Destruir para crear algo nuevo, hay algo de libertario ahí. Empecé a visionar más videos y a escuchar el material de las mujeres de la familia sobre la aventura de mi abuelo, a ver cómo lo oral se había ido distorsionando, pero eso tampoco era lo que quería. Me puse a trabajar más en los textos y tuve la oportunidad de contar con el acompañamiento artístico de Cuqui Jerez, con quien trabajé en La Poderosa partiendo otra vez de cero. Fue maravilloso, ella respetó el material de mi abuelo y apuntó lo que yo quería.
¿Pretendías desvelar detalles no conocidos de la guerra? Si, como lo absurdo de decir “venga la paz” para liarse cigarrillos o jugar a cartas con los nacionales. O que se muera tu compañero porque no sabe manipular una bomba, porque es analfabeto y las bombas venían con instrucciones. Cosas que no están en los libros y que son muy dolorosas para todos.
Foto de Alessia Bombaci
¿Cómo elegiste los textos que acompañan la pieza, las entrevistas de Maroto, Durruti,..? Mi abuelo hace referencia en las cintas a Maroto y a Durruti. Hay una biografía de Francisco Maroto en la que hay mucha información, sobre la gobernanza de estos sindicatos, las federaciones, las conferederaciones,… es difícil entenderlo si no estás metido en política. Los elegí por contraste con lo que decía mi abuelo, porque ellos vivían el frente y pensaban que estaban organizados, pero lo que explicaba mi abuelo es que aquello era un pitote, uno era campesino, el otro cantaor, … todos con muy buena voluntad de cambiar el mundo, pero si no tienes recursos te aplastan. También hay algunos textos que utilizo para poner en contexto el momento histórico. Al principio leo un comunicado oficial del gobierno de la República pidiendo calma por el levantamiento, y al final Franco proclamando el fin de la guerra.
¿Por qué era importante para ti que el público tomara el espacio? Para romper las fronteras del hecho teatral y que cada uno cogiera sus necesidades respecto a posicionarse en ese espacio, libertad para transitar y romper la jerarquía, que creo que hay mucha en el teatro. Al final estoy enseñando el truco, es una pieza destripada. Aunque es una obra que habla de puertas para dentro, la intención no era crear una intimidad, quería crear un aire expositivo, la gente se queda allí mirando, leyendo, dando vueltas.
Foto de Catalina Costa
Tú vienes de la coreografía, la perfomance, el teatro ¿Qué lugar le das a la palabra y qué lugar al cuerpo en la pieza? El cuerpo es un accionador de las palabras. Es un cuerpo médium que va llenando y creando un espacio, un cuerpo obrero, que crea, que no se muestra, es una parte más del montaje, un instrumento puesto al servicio de accionar esas palabras.
¿Consideras 36 caracteres un trabajo documental? Siempre hago trabajos en primera persona, algo que corresponde a una necesidad. Es un ejercicio de ver cómo se universaliza algo, cómo lo extrapolo, lo presento. Es también la necesidad de explicar algo que crees que va a hacer el mundo mejor. Cuestionas la guerra, los abusos de poder, el poder del discurso (ahora los tenemos muy incendiarios); es compartir para que a la gente, a través de este montaje, le pique el gusanillo y quiera saber algo más de lo que pasó. Esas historias tenían que se retornadas para tomar conciencia. Pienso también en la reparación, que no se ha hecho. Dijo el argentino Eduardo Minogna: “Si la historia la escriben los que ganan quiere decir que existe otra historia, la verdadera”.
¿Cuál es tu próximo proyecto? Estoy escribiendo pero aún tengo que encontrar el impulso. Va sobre los ancestros, los más lejanos. En ese viaje hacia atrás está toda la rama del cromosoma femenino, de la mujer, la femineidad, una descolonización hacia atrás. Será en formato solo porque como decía aquel personaje “en mi hambre mando yo”. Me siento libre haciendo mis solos, en los tiempos de producción tengo libertad, son los que manda la pieza y no el mercado. Cuando se habla del capitalismo también se puede aplicar a la cultura, al arte mercantilizado, de hacer tres piezas al año. Yo soy slow creation, lo que me da la libertad de hacer búsqueda, ir a los lugares, pasar tiempo,…