Foto de portada Paco Villalta

Un juego de cartas

El 22 de mayo de 2017 Juan Carlos Lérida recibió un regalo muy especial. En una pequeña caja había un juego de cartas; cada una de ellas contenía alguna de las frases que menciona en sus talleres de flamenco empírico: Zapatea penetrando el espacio / Dale valor / La soleá del hueco / El poema con las manos… hasta 32 tarjetas hechas a mano, una a una, letra a letra, en papel reciclado de color marrón. Para su artífice, la bailarina e investigadora Meritxell Martín, la revelación del método empírico vino tanto por la práctica como por aquellas palabras, nunca antes escuchadas en ninguno de los numerosos talleres en los que había participado a lo largo de su carrera.

El impacto del regalo en el bailaor fue grande. Imaginen lo que uno descubre cuando alguien le ofrece esto como un reconocimiento a una huella dejada, a otro presente recibido previamente, en el caso de Martín el haber podido abordar el flamenco desde su cuerpo y su experiencia, no tratando de imitar el pasado sino viviendo el presente y la propia identidad, no una heredada. Al recibir el regalo Lérida le espetó: “has cometido un acto poético”.

De la misma manera que Martín recibió un paquete de posibilidades para crear, escuchó la frase revelación “permitíos desobedecer”; por eso cuando tuvo que hacer una memoria de aquel taller en Sevilla para una institución francesa que le apoyó en su proceso de investigación, convirtió ese juego de frases, ampliado luego a 40, en el resumen perfecto de lo descubierto con Lérida.

Martín encontró en aquel curso su propia autoridad para usar las herramientas flamencas de la manera que más le conviniese. Ha repetido experiencia después y de Lérida dice que busca la transformación en los cuerpos de bailarines, cantaores y músicos.

Myriam Allard es otra alumna de Juan Carlos Lérida que ha convertido su método en la caja de herramientas imprescindible con la que abordar la creación. Pasó en Sevilla varios años de su carrera como bailarina, periodo en el que pudo escuchar a una amiga hablarle sobre el método “empírico”. Tan solo con aquella información secundaria concibió diferentes fórmulas y ejercicios que le permitieron ir abriendo su estilo dejando atrás experiencias formativas que le inculcaban que nunca bailaría bien, que castraban su aportación propia en favor de la repetición extenuante de pasos creados y convertidos en canon.

El empírico es un flamenco que empodera, el vocabulario y la técnica puedes usarlo en lo que quieras, no solo en un tablao, rompiendo así los estereotipos que insisten hasta en cómo vestirse. Apertura y libertad, pero también rigor. La transmisión que hace Lérida se basa en el conocimiento profundo del baile y del universo flamenco. Es un hombre curioso, curtido, culto, que respeta a los maestros aunque no siga su camino. Esa es la clave, salirse del camino marcado siguiendo la individualidad. No hay fórmula universal, cada uno se hace el traje a medida para que no le apriete ni le venga grande.

Un flamenco de ahora, contemporáneo, no cimentado necesariamente sobre el virtuosismo (que nunca falla a la hora de deslumbrar) sino profundo, sincero y valiente. 

Los cinco magníficos

La Asociación de Profesionales de la Danza de Cataluña (APDC), organizó hace meses una jornada de encuentro llamada Motores de Creación I, a la que invitó a diferentes profesionales de esta disciplina: el colectivo Big Bouncers (Ana Rubirola, Mireia de Querol y Cecilia Colacrai), Sonia Gómez, Guy Nader, Maria Campos y Juan Carlos Lérida. Cada uno expuso su manera de entender la creación y después lo llevó a la práctica en talleres abiertos a los asistentes. Al de Lérida acudieron nueve personas, algunas eran seguidoras del artista y otras lo hacían por primera vez.

“Esto es como un idioma, igual lo sabes, pero cuesta soltarse” dijo tras las presentaciones. Las preguntas surgieron pronto. “Cuando decimos vertical todos entendemos para arriba, pero yo también digo p’abajo, entonces ¿cómo nos relacionamos con la verticalidad?”. El grupo no solo calentaba el cuerpo, también la actitud y la mente con frases como “salgamos del armario”, “tengo que hacerme sonar”, “cómo suena tu cuerpo en el espacio” y otros de los fundamentos del flamenco leridano.

Al poco aparecieron los que el llama los cinco fantásticos: vertical, horizontal, lateral, central y rotatorio, los ejes desde los que trabajar el movimiento. Fue dando instrucciones sobre cómo abordar giros, desde qué punto arrancar espirales, como estirarlas o enlazarlas con otros pasos. Les pidió que se conectaran con lo oriental moviéndose sinuosamente de lado a lado y, más adelante, les hizo plegarse como si entraran en una cueva para luego plantearles cómo entrar y salir de ese espacio cerrado.

Los cinco fantásticos le permiten explorar, por ejemplo, la verticalidad o la frontalidad de lo rotatorio, una combinación basada en los planetas, en un universo que parece un caos pero está perfectamente organizado. Sus símiles, la manera que comunicaba su técnica a los asistentes usando metáforas, poesía y humor convertían en inteligibles sus tesis corporales y expresivas. Bailar al son del tirititantantán le recordaba “a las lentejas en el puchero”.

Entre ese grupo dispar de personas había concentración, sonrisas, esfuerzo. Él las animaba con frases catapulta como (“exploremos”), les daba claves (“el tema más demoniaco del flamenco son los pies, vamos a ello”), les hacía sacar las cartas con palabras esenciales de su método (“cuerpo Frankestein” o “zapatea desde el desequilibrio”). El grupo seguía las instrucciones, se soltaba, escuchaba, miraba, repetía, expresaba, buscaba y, sobre todo, bailaba. Dos horas después el teatro del CCCB hervía de ritmo y expresión libre.

El flamenco empírico se volvía a materializar ocupando, como si de aliens se tratara, nuevos cuerpos a los que había sido inoculado. Aplausos al concluir la infección.

Un baile oscilante

Eran las 10 de la mañana de un lunes de otoño. Juan Carlos Lérida escuchaba con atención a Pol Jimenez, bailarín que lleva al campo del género su conocimiento del baile español. Graduado en esta disciplina por el Conservatorio Profesional de Danza de Barcelona, intérprete y coreógrafo para compañías como La Fura dels Baus y creador de piezas propias, Jiménez había llamado a Lérida para que lo dirigiera en La Oscilante, un solo en el que se interrogaba por los roles masculinos y femeninos en la danza de raíz. 

El teatro de L’Estruch, Centro de Creación de Artes en Vivo ubicado en una antigua fábrica textil de Sabadell, acogió en residencia artística y técnica al equipo de esta nueva pieza que tendría una presentación pública en este mismo lugar en unos dias, mientras que su estreno oficial sería en cuatro semanas en la sala Hiroshima de Barcelona. 

El joven bailarín, de 24 años, preparaba la veintena de ladrillos que le acompañaban en la escena a modo de tótem; entre tanto, Lérida hablaba con el diseñador de iluminación sobre cómo enfocar la esbelta silueta de barro. Los ladrillos no son un elemento común en la escena, además de pesados suponen un riesgo para quien los manipula. Pero el riesgo no es algo que coartara ni al uno ni al otro en este proyecto, ya casi listo, que iniciaría una extensa andadura por festivales de toda España. [Pocos meses depués, Pol Jiménez se llevó el Premio al mejor intérprete masculino de danza en los premios de la crítica y, por votación popular, La Oscilante consiguió el premio al mejor intérprete masculino de danza en los Premis Butaca de Cataluña, junto a las nominaciones a mejor espectáculo de danza y mejor coreografia]. 

Jimenez, alto y muy delgado, desafiaba con su físico las normas no escritas sobre el baile español, lleno de intérpretes más robustos y proporcionados que el espigado artista. Hace más de 15 años que se conocen. Desde niño, un Jiménez interesado en el baile fue encontrando al Lérida docente en diferentes etapas formativas de su vida; primero en academias, en cursos y después en el mismo Conservatorio donde uno se formaba y el otro impartía algunas asignaturas de la especialidad de técnica.

“Tienes que mover el torso hacia adelante, un poco solo, sin cambiar la textura del movimiento”, le dice el director al bailarín.“Mantén la mirada alta, empuja el espacio”. En escena había castañuelas, manipuladas con gracia por el bailarín. Sonaban de fondo estándares de Granados, de Falla, de Rodrigo,…. pero mezclados, alterados, estirados, adaptados al tempo que buscaba Lérida para la obra. Jimenez bailaba con garra pero con un movimiento oscilante que daba sentido a la investigación de la pieza. “Saca el lado femenino, estás todavía en el masculino” le pedía Lérida. “Sigue, sigue, esto se puede alargar”, añadía, mientras el otro daba vueltas al totem con giros y castañuelas y se abrían como alas de mariposa los camales hasta ese momento recogidos de un pantalón que descubrimos multiforme.

Como parte de su programa de difusión de las artes escénicas entre los vecinos, L’Estruch organiza encuentros de escolares con los artistas residentes. A las 12 entró, puntual, el grupo que visitaba ese día los ensayos de La Oscilante. Unos 40 chicos y chicas de entre 12 y 14 años que acudían a un pase de unos 15 minutos y a una charla posterior con el equipo para plantear preguntas o comentarios. “Nos está costando encontrar el modo, pero es nuestro oficio y debemos responsabilizarnos”, les explicaba Lérida. “¿Que utilidad tiene la danza española para gente como vosotros?” preguntaba, para responder: “seguramente ninguna”. Del arte solo sabemos que sirve como medio de expresión, que toma el pulso de las ideas de las personas y tiene capacidad para enriquecer el pensamiento colectivo, que pone en duda las estructuras establecidas. Solo esa es su utilidad.

Mujeres flamencas

Karime Amaya lleva el apellido de una saga fundamental en la historia del flamenco. Su tia abuela Carmen Amaya fue la abanderada de un estilo arrollador, libertario pero respetuoso con el legado de los maestros. Nacida y criada en México, donde su abuela se estableció y su madre fundó una escuela flamenca, Karime regresó a España hace más de una década a buscar sus raíces y allí las ha echado. Bailaora de carisma y poderío, después de trabajar en diferentes tablaos decidió arriesgarse y montar su propia obra, una que reivindicara el baile más ortodoxo heredado de los suyos. Paradójicamente contó para la dirección escénica con Juan Carlos Lérida, lo que dice mucho de lo poco pertinentes que son las etiquetas en la escena actual.

La Fuente, título de la pieza, es un conjunto bien tramado de escenas de cante, toque y baile con la inclusión de algunos puntos narrativos, como un video inédito de Carmen Amaya hablando sobre el arte auténtico, o un arranque y cierre poco habituales en los cuadros flamencos clásicos.

En los ensayos Lérida dirigía, concentrado, durante horas y horas de trabajo, a un equipo artístico compuesto por Karime y seis músicos y cantaores. Tras el preestreno en un teatro de Praga, quedaban dos dias para la presentación final en Barcelona. En el teatro SAT! el ir y venir de gente era el habitual en el frenesí propio del momento y una cierta anarquía se respiraba en un ambiente de excitación. Mientras Karime iba puliendo entradas y salidas, a veces con el vestuario que luciría en la obra, los artistas preguntaban a Lérida por sus posiciones “Huancaalo, ¿donde ponemos las sillas?” preguntaba Antonio Rey, y este se giraba, bajaba, y las ponía en diagonal.

¿Por qué una artista que bebe de la tradición y quiere seguir representándola llama a un declarado buscador de nuevas formas de hacer flamenco? Su profundo conocimiento de este arte, su capacidad de compartirlo y de hacerlo crecer, aunque no sea desde su postura, que es individual e íntima, dan la clave del asunto.

Hubo un encuentro con bailaora y director tras el estreno. El vestíbulo del teatro estaba abarrotado de público. Ahora tenían la ocasión de hablar con ellos, sobre todo con Karime, que es a quien fueron a ver bailar. Una de las preguntas para Lérida fue ¿qué te parece la Barcelona flamenca? “Una ciudad que permite a sensibilidades tan diferentes como la de Karime y la mía que convivan y se encuentren”, respondió.

En las fotos promocionales Olga Pericet aparece con cazadora vaquera o atuendos más rockeros que flamencos. En su carrera se acumulan proyectos, propios o de terceros, donde la intención renovadora del baile está presente. También ella ha contado con Juan Carlos Lérida en más de una ocasión; como aquel garrotín de Lérida que incluye Pisadas, una escena donde este aparece con llamativo traje y una cornamenta, en la que ambos bailan en dueto. 

También de una estirpe sagrada del flamenco nació Belen Maya, hija de unos bailaores monstruo que por suerte no devoraron a la hija sino que la educaron siguiendo sus pasos hasta que ella inició su propio camino. En Bailes alegres para personas tristes invitó a Pericet a que la acompañara en el escenario y a Lérida le pidió que las dirigiera. Inspirada en la película Persona de Ingmar Bergman, la obra  quiso ser “un espacio de encuentro, un alegato a favor de los archipiélagos y en contra del prestigio de las islas”.

Los vínculos son múltiples, en el mundo flamenco y fuera de él. Ampliando las metáforas, si hiciéramos una constelación de creadores relacionados con Juan Carlos Lérida nos sorprendería la cantidad y variedad de conexiones y figuras. Ese universo sigue en expansión.

Pisadas, foto de Paco Villalta

En el laboratorio: el Bulli del flamenco

Desde 2017 se están haciendo peligrosos experimentos para la ortodoxia escénica. Reunidos dos o tres veces al mes en un aula del Conservatorio Superior de Danza (CSD) donde Lérida es profesor de técnicas de danza española y práctica del repertorio español, un grupo heterogéneo de personas de diferentes edades, intereses y formaciones pone en común ideas y experiencias en torno al flamenco. El impulsor y conductor de estas sesiones ha sido Lérida, interesado en seguir sembrando semillas que más adelante den flores, frutos,… o sean comidas por los pájaros, porque sin acción no hay movimiento. 

Todo lo que ha venido ocurriendo en este laboratorio, que hasta la fecha ha implicado a cerca de 80 personas, está explicado, desmenuzado y almacenado en el blog https://laboratorioflamencoit.wordpress.com/ que da buena cuenta de cada una de las sesiones. Nombres de bailarines, de teóricos, de músicos, se suman en este proyecto que quiere “instaurar la investigación teórica-práctica en el ámbito del flamenco promoviendo el encuentro entre artistas, investigadores-as y teóricos-as de las artes escénicas que, convocados en un acto común, extraerán, ampliarán y desarrollarán líneas de investigación que surgen del estudio de flamenco desde un pensamiento y práctica contemporánea”, según recoge el blog.

Mariaje García Jiménez viene del mundo del burlesque, la danza butoh y la contemporánea. Su vínculo con el flamenco surgió de la curiosidad ante las posibilidades de movimiento que este ofrece. Ella y las personas que acudieron aquella sesión encuentran en este aula un espacio para hablar, pensar, proponer, probar, hacer.

Estirados en el suelo, los aplicados participantes habían llegado con la tarea hecha, el repaso de lo acontecido la última sesión, el poso o las preguntas que quedaron en el aire, el hilo del que seguían estirando. 

Andrea Jiménez llegó al flamenco desde el folclore gallego en el que se formó, ahora busca la intersección entre ambos códigos; Cristina Candela es bailaora, trabaja en tablaos y quiere dar salida a una inquietud, explorando el lenguaje con otra mirada; Carlos Cuenca es percusionista y pianista; Olga Santín licenciada en coreografía y bailarina de contemporáneo; Sara Garcia-Guisado baila y dirige un par de festivales en espacios naturales; un largo etcétera de personas y biografías conforman el grupo.

Juan Carlos Lérida lo cuenta así: “el laboratorio reune a personas trans, en transformacion, porque el flamenco tiene tanta hegemonia de género, política y social que cuando lo pinchas con otra cosa todo se mueve”. Puso el ejemplo de Carlos Cuenca, que les ha ayudado a pensar sobre cómo se está en escena y esto condiciona el compás o el ritmo.

Mariaje explicaba que quería beber de los recursos del flamenco pero sin que la idea preconcebida del mismo le condicionara. Al comienzo de la sesión hizo una propuesta de investigación: el flamenco como objeto energético y canalización en bailaores, cantaores y músicos. El objeto de estudio era la escucha y el duende como energia, el flamenco liberado de la estética preconcebida; las herramientas: la práctica de butoh, trabajar la escucha continua, el movimiento, la voz, la percusión y la formación en diferentes palos flamencos. Prosiguió con su propuesta: la estrategia consistía en conectar, aprender y desarrollar, probar desde el cuerpo o la voz y que cada uno lo llevara a su campo para después aplicar todo a tarantos y alegrias con el fin de observar qué había cambiado.

Tras esta presentación surgieron en el grupo preguntas que pretendían consensuar conceptos para allanar el punto de partida de la reflexión y de la práctica consecuente. ¿Que forma tiene el flamenco fuera de las ideas preconcebidas? ¿Es el flamenco un arte encorsetado? ¿Se puede bailar sin automatismo? ¿Qué sienten los artistas flamencos de su verdad en escena? ¿Es importante que el artista salga de sus miedos antes de bailar?

Lérida intervino para señalar que si bien hay preguntas que se puedan contestar con un si o un no lo importante es profundizar. Remitía a las hojas que cada uno tenía delante “Hablemos un rato de lo que hemos leído, lo que nos seduce, lo que nos atrae. ¿Llamas flamenco a algo por la forma o por la emoción que transmite? ¿Qué nos hace reconocer una cosa como flamenca? ¿que lleva flores, que parece gitano? Mientras dirigía la conversación intentaba que no se cayera en lo simple, por ejemplo en dar por válido lo que es o lo que no es flamenco. La conversación se adentraba en los estereotipos o en cómo el flamenco resuena en otros artistas y disciplinas.

Concluída una primera parte dedicada a la teoría, a la charla, a la formulación de hipótesis, la segunda trató sobre cómo llevar a la interpretación, a la práctica, todo aquello sobre lo que se había estado elucubrando durante dos primeras horas. Cada uno de los asistentes cargaba con su herencia, con su visión del mundo. En este laboratorio la verbalización de ideas y conceptos guiaba a los participantes en su práctica corporal, artística. Fue como entrar en un Bullí del flamenco donde hasta la escerificación de un zapateado era posible.

Improvisa que no es poco

La Liturgia de las Horas se explica como un acto de improvisación y no solo como una experiencia artística que trasciende la escena. Para Lérida la improvisación ha ido tomando peso y cuerpo en su vida con el paso de los años y la acumulación de tablas. Recordaba en una entrevista que fue Mercedes Boronat quien le introdujo en la improvisación con haikús, poemas japoneses, a partir de los cuales él practicaba en su nueva zona libre. Como él mismo describe en un texto reciente relacionado con el tema, se puede improvisar en el flamenco, con el flamenco o desde el flamenco. El último es el que él prefiere.

Constanza Brncic es una cómplice reciente de Lérida. Juntos han confluído en varias improvisaciones, la última en Saltar na Sombra -presentado en Átic 21 del Tantarantana hace unos meses-, junto al músico Nuno Rebelo. Coreógrafa y bailarina, licenciada en Filosofía, Brncic imparte clases de coreografía en el Conservatorio Superior de Danza, donde se conocieron. De Lérida resalta su gusto por lo híbrido y las posibilidades que esto genera, la suma de elementos que abocan a una constante transformación de los cuerpos. Él, añade, encuentra el flamenco en muchos aspectos de la vida y del arte, lo que le otorga profundidad, como si fuera inherente a la vida, a la historia del arte, así que va más allá de un código artístico. La improvisación les ha facilitado encontrarse en el baile, cada uno desde su lenguaje, ambos acercándose al otro con respeto y curiosidad. También El Pirata pudo experimentar la improvisación en Máquinas Sagradas, reconoce que le dejó vía libre, ofreciendole opciones para que escogiera en ese entorno específico.

Saltar na Sombra, foto de Tristán Pérez-Martín

El flamenco es un arte joven. Creemos que es antiguo, ancestral y que por eso mismo no podemos tocarlo, como si al reescribir sobre él lo hiciéramos sobre pinturas rupestres de gran valor arqueológico. Pero no. El flamenco es un lenguaje joven y su movimiento no es un patrimonio blindado. La curiosidad y esta premisa sirvieron a Albert Quesada, bailarín y coreógrafo de formación contemporánea, para adentrase en el flamenco. Lo hizo acompañado de Lérida, que le guió en su búsqueda musical y corporal, le orientó en sus primeras aproximaciones, también bailando en un par de improvisaciones en las que ambos fusionaron estilos. Para él, Lérida mantiene una lucha, intentando escaparse de un lenguaje que domina tanto que le resulta difícil esquivarlo. Flamingos, último espectáculo de gran formato de Quesada se adentra en esta senda, la de aproximarse a lo flamenco a partir de cuerpos y estilos diferentes, añadiendo aportaciones libres de cada uno de sus ocho intérpretes. 

La posibilidad de todo

Juan Carlos Lérida es transparente. Cuando está alegre sonríe y hace bromas, tiene un fino sentido del humor. Cuando algo le preocupa su expresión se vuelve sombría, el ceño se frunce, el gesto se agrava. Si algo no le gusta lo sabe expresar con argumentos, no lo calla. Cuando está triste desaparece. Durante el tiempo que duró la preparación de este artículo su madre falleció después de una breve convalecencia. Lo volvimos a ver tras el luto.

Está ahora en un momento clave: afectivamente respaldado, artísticamente crecido. Un punto que tiene algo crucial tal vez porque los 50 están cerca, una edad que siempre activa las reflexiones, los balances o las proyecciones a futuro.

Como respondía Meritxell Martín a la pregunta de cómo lo imaginaba en el futuro, “tal vez haciendo flamenco ingrávido”. O como señalaba Pol Jiménez, “con él se abre la posibilidad del todo”.

Para Lipi Hernández el posicionamiento de Lérida es claro: buscar como artista su propio lenguaje para hablar de la vida. Su capacidad de liderazgo le convierte en polo de atracción. Bàrbara Raubert habla de un momento de madurez generadora, con un planteamiento de traspasar la danza para romper la jerarquía y entrar más a fondo en otras artes, transitando diferentes medios con su mirada, por eso lo ve explotando más su mirada transversal. Albert Quesada dice que lo ve buscando lo desconocido y Marc Lleixa que sus creaciones seguirán llegando en el momento oportuno. 

Cuando he preguntado a los entrevistados sobre posibles parejas artísticas de Lérida han mencionado al cineasta David Lynch, al artista plástico y escénico Leni Polifasio, a la escritora Virginie Despentes, a la coreógrafa Marlen Monteiro Feitas, la obra de  Tàpies, a la bailarina Federica Porello o al percusionista Ramón Prats. Esto quiere decir que ven en él a un artista poliédrico que puede abordar la creación en campos y disciplinas tan variados como los citados. Todos los entrevistados coinciden en reconocer su honestidad, generosidad y valentía. Es un artista valiente que necesita el apoyo de programadores valientes, como señala Lopez Caballero.

Juan Carlos Lérida, bailarín de cuerpo curtido y mente abierta, persona de innata curiosidad, gran acervo cultural y espíritu crítico, parece que seguirá ofreciendo muchas más alegrías y sorpresas. De momento, entre DOCE y la presentación final de La Liturgia de las horas continúa su carrera entre la investigación, la pedagogía y el acompañamiento a otros artistas; intacto su interés de seguir ensanchando los límites del flamenco haciendo lo que quiere, como quiere y con quien quiere. 

(1) Miriam Allard bailarina, codirectora artística de la compañía La otra orilla, coreógrafa y bailarina; Constanza Brncic, bailarina, coreógrafa y docente; Cesc Casadesús, director del festival Grec de Barcelona; Lipi Hernández, bailarina, coreógrafa y docente; Pol Jiménez, bailarín y coreógrafo; Mercedes Lopez Caballero, periodista especializada en danza, autora de unblogdedanza.comMarc Lleixa, diseñador de iluminación y jefe de luces del Teatre Lliure; Meritxell Martín Calvo, bailarina e investigadora; Jorge Mesa El Pirata, cantaor flamenco; Danilo Pioli, productor y gestor cultural; Albert Quesada, bailarín y coreógrafo; Bàrbara Raubert, periodista y docente.

Foto de Manuel Romalde