Foto de portada de Pol Jiménez
Una representación de 12 horas
Pasado el cansancio y el estrés, un año después, en 2017, comenzó a bullir una nueva idea: llevar al límite la experiencia corporal y artística con una nueva creación que tendría varios puntos de interés, aunque el principal fuera seguir su investigación sobre cómo el flamenco se instala en los cuerpos no flamencos, como había hecho con Climent y Viandier en Al baile. Esta vez pensó en llevarlo a campos no artísticos: gremios, trabajadores y otros colectivos sin vínculos con lo escénico.
Entró de lleno en la espiral del número 12, presente en el cristianismo, en la astrología o en el compás de algunos estilos musicales. Interesado en la numerología, esta nueva idea le permitió atar cabos vitales y creativos. Partiendo del recorrido que Jesucristo realizó desde la Última Cena hasta la Resurreción, la acción, de 12 horas se desarrollaría en seis escenas que le llevarían a lugares corrientes como talleres, tiendas o espacios sociales, entre otros, en los que proseguiría su búsqueda de lo flamenco en lo cotidiano. Uno de los objetivos principales del proyecto era desvelar las posibilidades de su cuerpo como medio para adentrarse en una lectura política, social, cultural y económica de lo espiritual y lo carnal a través de sus respectivas liturgias y rituales. Itinerante, se celebraría entre las 12 del mediodía y las 12 de la noche a modo de via crucis, con diferentes paradas en lugares donde se producirían las acciones artísticas. Se trataba de atravesar el flamenco con la cotidianidad y esta con conceptos sagrados y espirituales.
Foto de Daniel Olsson
Cuando le contó la idea a Danilo Pioli, estrecho colaborador en la producción y gestión de sus espectáculos desde 2008, este pensó que era una locura ¡12 horas! No porque no fuera posible a nivel artístico, sino porque los presupuestos siempre exiguos de la danza aconsejan ceñirse a los patrones habituales de una hora de duración, una hora y media a lo sumo. No obstante, Pioli entendía el reto: si has concluido una trilogía con la que decides hacer un punto y aparte en tu carrera, volver tras una pausa con una propuesta extrema que incluye a Jesucristo como figura temática, puede significar que la resurrección -artística- esté en marcha. Otra idea subyacía en el proyecto: la gente no va al teatro, que el flamenco vuelva pues la calle, lugar que ocupó en su día y abandonó por su excesiva institucionalización y por el vapuleo a los gitanos. En esta iniciativa vemos de nuevo en acción a un líder que regresa para dar su mensaje, para seguir proponiendo la democratización flamenca e imaginar que flamencos somos todos.
El poder de los cuerpos ordinarios
Como decíamos, la Liturgia de las horas pretende encontrar lo ordinario de los cuerpos flamencos y lo flamenco de los cuerpos ordinarios. Indagar en esta tesis le ha ocupado hasta ahora tres años de su carrera; solo en 2021 verá la luz la ruta completa.
Lipi Hernández, bailarina, coreógrafa y docente que fue su asistente en Al Baile y en DOCE, destaca que Lérida demuestra músculo y madurez abordando una obra desde una perspectiva nada convencional, recurriendo a una poética más cercana a la performance, a la plástica, y saliendo de la caja de la escena para llevar su trabajo a talleres, calles y plazas. Además, añade, que si en DOCE invitó a una docena de artistas a crear en común (colaboradores habituales y gente con la que había tenido en algún momento contacto profesional), fue porque estos “apóstoles” serían liderados por él mismo a imitación de la figura de Cristo.
La liturgia de las horas es, en suma, un trabajo de largo recorrido que le está permitiendo continuar profundizando una investigación comenzada en 1996, cuando dijo basta a un flamenco tópico, reconocible, y pasó a buscarlo desde lugares tangenciales. Estas décadas de búsqueda han sido creativas, pero también de estudio, de intelectualización del movimiento, aportando con ello un corpus teórico propio a una práctica que aborda desde los estereotipos corporales, que son para Lérida construcciones culturales, económicas y políticas, hasta reflexiones sobre la forma, el compás o el ritmo.
En la presentación final, prevista para junio de 2021, las paradas del espectáculo estarán relacionadas con: las horas del ritual y la comunidad; de la reflexión y la traición: de la relación con el mundo; del sacrificio; de los encuentros; de las despedidas.
Algunas de esas estaciones están generando representaciones nunca vistas.
De guisos y un Skoda
Acercamientos es como Lérida llama a las diferentes muestras que hace hasta el estreno definitivo de un trabajo, momentos abiertos al público. Forman parte de su proceso de búsqueda, no acaban de ser los habituales work in progress. Primero, porque otro espíritu marca el ritmo; segundo porque se pueden desplegar de formas muy variadas. Al baile tuvo seis acercamientos antes de su estreno. La Liturgia de momento alcanza los siete.
Uno de ellos, que corresponde a la primera parada del futuro vía crucis leridano, fue en la cocina. Para ello contó con la artista transdisciplinar Marina Monsonís y consistió en preparar una cena, la última de Jesucristo, para dejarse atravesar por la temporalidad, los ritmos, los sonidos, los olores y los procesos físicos que conlleva este acto compartido. Un momento ecuménico y efímero alrededor de una escena y una mesa. Música, los ingredientes para cocinar un suquet y un bailarín que se restriega ajo en las manos y las acerca al público. Se produce una intimidad, una interacción entre Monsonís y Lérida, entre ambos y los asistentes. Al final todos comen del guiso en una especie de nueva comunión. Representada en Lleida y Barcelona, La Cena ha aportado a Lérida algo que buscaba sin saberlo: mirar al público a la cara sin rubor.
La segunda parada tuvo que ver con la palabra. En el Centro de Danza Canal de Madrid se fue encontrando durante dos semanas con nueve teóricos, periodistas y otros coreógrafos para analizar el impacto que tenía en él la exposición a las palabras, conceptos y teorias de todos ellos, e igualmente para observar de qué manera afectaban sus gestos, sus movimientos y su discurso bailado a las palabras de los otros.
Una de las conversaciones se produjo con Mercedes Lopez Caballero. Ella con la palabra y él con el movimiento establecieron un diálogo fluido en el que surgieron temas como el rigor, la opacidad o la necesidad de hablar. Se acompañaron el uno al otro, cada cual uitilzando sus herramientas de comunicación, y según Lopez Caballero hubo magia.
La experiencia en torno a la palabra se amplió en la Casa Elizalde de Barcelona con con el encuentro titulado El monte de los olivos, en el que le acompañó el crítico teatral Oriol Puig. Un centenar de personas rodeaban la escena donde ambos aparecieron, el bailaor de negro riguroso, colgante dorado y botines color camel. Mientras Puig se interrogaba sobre los pensamientos del público durante una función y otros temas circundantes al arte de la escenificación, Lérida le respondía a su manera, jugando con los elementos escénicos, bailando en el suelo, quitándose los botines o mordiendo la libreta del crítico. Curioso y, sobre todo, inusual diálogo con el que Lérida trascendió los formatos habituales e indagó de manera inteligente y divertida en relaciones codificadas y encerradas con siete llaves.
La tercera parada o acercamiento fue Máquinas Sagradas, presentada en 2018 en la Feria de Manresa. Lérida pasó cuatro días encerrado con los dueños del taller mecánico Pons observando sus rutinas y reconociendo espacio, objetos y herramientas. Luego montó una performance insólita: Lérida, El Pirata, que le acompañaba con voz y sonidos, y Marc Lleixa, a cargo de la iluminación, se las apañaron para bailar, extraer luz y música de los cacharros propios de un taller. Matrículas, taladros, cables, llaves inglesas, bidones… todo sirvió. Mientras El Pirata cantaba en los bajos de un coche, Lérida bailaba sobre una grúa; mientras Lleixa le iluminaba con una lámpara mecánica, el dúo subía a un coche y emulaba un viaje misterioso en la noche. Las posibilidades de una voz emitida a través de un tubo de escape fue un hallazgo para los asistentes, asombrados por la idea de que todo es susceptible de ponerse al servicio del arte, en este caso con acento flamenco.
La cuarta escena tendrá su acercamiento en 2020 y un gimnasio como escenario, espacio que le servirá para hablar del sacrificio. En su mente, películas como Soy Cuba (1963) de Mikhail Kalatozov y su mítico plano secuencia en la terraza del hotel Capri de La Habana.
Capítulo propio, más abajo, merece la quinta, mientras que la sexta parada será durante la misma acción de 12 horas y consistirá en una grabación con escenas del recorrido, a la que se añadirán imágenes en directo de él bailando en streaming en la parte más alta de la ciudad. Desde ese punto ofrecerá su interpretación final antes de una nueva muerte artística.
Los apóstoles bailan
DOCE, la quinta parada del via crucis, se presentó el pasado septiembre en el Mercat de les Flors de Barcelona. El director invitó a escena a bailarines, músicos y otros artistas. François Ceccaldi y Jorge Mesa El Pirata se encargaron de banda sonora y voces; Adrián Vega, Karen Mora, Vincent Colomes, Raúl Lorenzo, Carmen Muñoz, Rosanna Terraciano, Oskar Luko, Andrea Antó y el mismo Lérida del baile; Valeria Stucki del video en directo que se grabó y proyectó en algunos momentos de la representación; Marc Lleixa, también participó en la configuración de la obra dentro mismo del escenario. Toda esa legión de colaboradores ayudaron a Lérida a dar forma a un espectáculo de gran formato en el que conjugó varios de sus intereses durante un proceso vinculado a lo sagrado y a lo misterioso: el misterio de hasta dónde se puede llegar en escena con el movimiento de un grupo numeroso de personas; lo sagrado de poder hacer ese camino en compañía.
Una obra cargada de simbología, de desplazamientos que representaban metáforas, hacia arriba lo divino, hacia abajo lo mundano; de números y constelaciones, de alegorías y cuadros repletos de guiños y, a veces de humor, para desacralizar lo canonizado. Flamenco mezclado con giros de hip-hop, con líneas de contemporáneo, con pasos inclasificables. Una pieza híbrida, con 13 cuerpos y 13, cabezas para deslumbrar, una exhibición de regeneración extrema.
Para Lleixa, la manera conceptual de trabajar de Lérida ha trascendido el flamenco, por eso cree que, mientras artistas más reconocidos ofrecen obras más accesibles, Lérida ha creado espectáculos de culto que le están convirtiendo en un referente al que aun le tiene que llegar un reconocimiento más amplio.