31 de marzo de 2020
Desobediencia flamenca
Foto de portada: Manuel Romalde
Las sombras persiguen a Juan Carlos Lérida. Las del pasado y las del presente. Quién sabe si en el futuro podrá librase de ellas. Pero él, bailarín y bailaor, coreógrafo y pedagogo, artista poliédrico, entregado y en constante movimiento sigue hacia adelante, espantando esas sombras físicamente con su baile, e intelectualmente con un poderoso mundo de ideas con las que sigue creando escuela.
Con motivo del estreno el pasado mes de septiembre de DOCE, un nuevo paso en su proyecto La Liturgia de las horas, quisimos indagar en las múltiples facetas del maestro del flamenco empírico, que es aquel que se ejecuta desde la experiencia y no desde el canon, desde la búsqueda y no desde la certeza, desde la curva y el ahora.
Gracias a las aportaciones de una docena de personas que le conocen bien -recurriendo al juego con el número 12 que últimamente le ha ocupado- este artículo quiere ser un acercamiento a uno de los más arriesgados creadores de la escena contemporánea. Para ello he entrevistado a Miriam Allard, Constanza Brncic, Francesc Casadesús, Lipi Hernández, Pol Jiménez, Marc Lleixa, Mercedes Lopez Caballero, Meritxell Martín, Danilo Pioli, Jorge Valle “El Pirata”, Albert Quesada y Bàrbara Raubert (1). Aunque sus declaraciones solo aparecen en algunos párrafos, su conocimiento y reflexiones sobre la personalidad artística de Juan Carlos Lérida han aportado vías temáticas y contenido al texto.
Finalmente, he extraído datos e ideas en diferentes charlas con el propio Juan Carlos Lérida Bermejo.
Por otra parte, he seguido durante diez meses algunas de las múltiples actividades pedagógicas y creativas de Lérida, empirismo combinado con la técnica periodistica “mosca en la pared”, que supone estar en el lugar de los hechos sin participar de ellos. Esta práctica me llevó a l’Estruch de Sabadell, al teatro SAT!, a diferentes aulas del Institut del Teatre, a la Casa Elizalde, al teatro del CCCB Centre de Cultura Contemporània y a la sala Àtic 21, todos ellos en Barcelona.
Este texto pretende aportar información sobre una figura esencial de la escena actual coincidiendo con el proceso de creación de una pieza llamada a ser clave en su carrera, La Liturgia de las horas; también esbozar algunas ideas sobre temas directa o tangencialmente tratados: ¿cuáles son los límites de la creación?; ¿de qué hablamos cuando usamos la palabra flamenco?; ¿qué importancia juega el azar en la carrera de un artista?;¿debe el arte cuestionar aspectos de la realidad que lo circunda, o solo mostrase como manifestación creativa?
Como investigadora del baile, aquí presento mi informe y conclusiones. Gracias a quienes me han ayudado y, sobre todo, a Juan Carlos Lérida, cuyo talento y osadía me han inspirado.
Foto de M. Romalde
Apuntes sobre Juan Carlos Lérida
Nació en 1971 en Fulda (Alemania), ciudad adonde sus padres, andaluces ambos, habían emigrado a finales de los años 60. La família al completo, que incluía a dos hijos mayores que Juan Carlos, regresó a España en 1974. Con cuatro años ya aparece con las manos en alto bailando unas sevillanas. Nos lo contó en Bailografía, la pieza de 2016 en la que repasa su trayectoria artística y, por tanto, vital.
Su padre era de familia gitana, de una saga, los Lérida, “gente que sabía llevar traje”. Un abuelo que se relacionaba con artistas y un tío poeta dan idea de un ambiente familiar próximo a la sensibilidad y al arte.
Miro su curriculum, cuatro páginas completas con letra a tamaño nueve. Resulta difícil no impresionarse ante la extensión y diversidad de su carrera. Escucho la grabación de un día que estuvimos por el Poble Sec, charlando, tomando cava y aceitunas. La palabra “soledad” aparece a menudo, su calado y significado irá cogiendo peso conforme avance la investigación. Resumo su trayectoria inicial sin poner las fechas exactas porque, como mimbres, algunas de sus acciones se enlazan con otras: el niño, que ya de pequeño quería cantar, actuar, dirigir, empieza muy temprano a tomar clases en diferentes academias de Sevilla; las de Manolo Gil, los hermanos Rabay o Pepe Moreno. De esa época de temprano aprendizaje guarda dos recuerdos en particular: en el aula le enseñaban los pasos y luego le dejaban solo en un rincón; cuando salía de la academia, la madre le esperaba con una tostada de mantequilla. Gil, era un policía y maestro de baile que estaba casado con una bailarina rusa; con Moreno llegaron los bolos en el Al-Andalus, lujoso tren para turistas que recorría Andalucía. Como le daba bien al tacón, una ex bailarina de Rabay le recomendó y es así como comenzó a actuar en tablaos de la ciudad mientras estudiaba para ser administrativo.
Después de un improductivo año de servicio militar decidió comenzar Arte Dramático en el Centro Andaluz de Teatro (CAT). De día iba a clase de día y de noche bailaba. Por aquella época, aún era un chaval, empiezan a pedirle coreografías de clásico español. En el mismo CAT fue impelido por una fuerza que lo acercó más al movimiento. En la danza contemporánea encuentra otra forma de relacionarse con el cuerpo, menos normativizada, así como más espacio, físico, real, pero también metafórico.
Algún tiempo después realizó una serie de giras flamencas por Japón con el ballet de Yoko Komatsubara, país en el que por primera vez se abre a experiencias que le conectaron de otra forma, más libre, con el baile.
Más tarde, una ciudad se cruza en su camino: Barcelona. Fue a través de Mercedes Boronat, bailarina y docente a quien conoce en el Centro Andaluz de Danza. Ella le invitó a participar en un curso a celebrar en la capital catalana; al igual que el reconocido bailarín norteamericano Joe Alegado. Una doble fuerza tiraba, pues, de él hacia el norte. Paralelamente, se presentó a una audición para formarse con Alvin Ailey en Nueva York. Aunque le escogieron, la falta de becas para hacer frente a los gastos del viaje y la estancia impidió que pudiera aprovechar esa oportunidad. De haber sido posible, ¿cuál habría sido la trayectoria personal y profesional de Juan Carlos Lérida tras se estancia en aquella ciudad hiperbólica?
Si bien tras años de actividad, formación y experiencia su mente estaba más que abierta a nuevas experiencias artísticas, los cursos en Barcelona le sirvieron para explorar sus posibilidades como creador. La formación de la compañía 2D1, con la que creó y presentó varios espectáculos, fue otro de sus campos de prueba. Aun quedaban, no obstante, algunos años para llegar al Juan Carlos Lérida que ahora nos ocupa.
Desde entonces el eje Sevilla-Barcelona es una linea por la que se paseaba con periodos intensos en uno y otro extremo, ya siempre conectados.
Recomiendo leer su CV completo en la página web www.juancarloslerida.com. Allí encontrareis a Lauren Postigo, Joaquín Cortés, La Traviata, Bodas de Sangre, Las Migas, Bienal de Flamenco, Niño de Elche, Tanzhaus Dusseldorf, Festival de Amsterdam, Olga Pericet, Belen Maya, Marco Flores… Primer hombre en España que obtuvo el titulo de Licenciado en Coreografía y Técnicas de Interpretación de la Danza, 2007. En este, como en otros asuntos, él fue el primero.
Declaración de intenciones: El arte de la guerra, primera pieza
Hemos hablado hasta ahora de academias, formación, tablaos, actuaciones por doquier. Un joven en los 90 inquieto, también tímido y solitario, al que su entorno no acaba de entender por ser demasiado intelectual y al que los intelectuales no miran por pertenecer a la calle.
Forjado ya su talento creativo a base de carácter y experiencia, el espectáculo fundacional de la era Lérida llegó cargado de intenciones en 2006. Desde el título, El Arte de la Guerra, tomado del libro de Sun Tzu, hasta la ocurrencia: poner en escena a un artista sonoro, un pianista, una guitarrista, un cantaor, un artista visual y él mismo para, todos juntos, dar forma a algo nuevo. El estreno fue en Berlín después de ocho meses de preparación.
El arte de la guerra habla de resistencia, de lucha, de enfrentarse al mundo. Cuenta Jorge Mesa, El Pirata, guitarrista y cantaor jerezano, que aquello fue “una locura”. Con 25 años, se ganaba la vida en los tablaos de Barcelona haciendo flamenco tradicional. Un día, cuando aún no se conocían en persona fue a verle Lérida para proponerle hacer lo que nunca antes había hecho, encerrarse a crear un espectáculo nuevo y diferente, algo tan chocante como mezclar un martinete con música electrónica. Ir a contracorriente es para El Pirata lo que mueve a Lérida. Hablar con él, confiar, probar y probar, incluso aunque la idea principal esté clara. Trabajo en equipo marcado por la exigencia, también por la confianza, como corroboran otros de sus colaboradores habituales; y, añaden, un punto de vértigo.
Un apunte: algunos artistas -de Vicente Escudero a Morente, pasando por Mario Maya- habían agitado los códigos flamencos tras un proceso de reflexión que buscaba encontrar un cauce para su aspiración de libertad formal y conceptual. Con El Arte de le Guerra Lérida entra de lleno en otra dimensión creativa, cuestionando, desechando rigidez, poses, efectos, rodeándose de otros artistas que le ayudan a ser a la vez tan flamenco como exflamenco, a tener en el flamenco una herramienta más.
Una imagen de Juan Carlos Lérida realizada por Daniel Alonso
Desde entonces Lérida no ha hecho sino romper esquemas. Iremos viendo detalles de las piezas creadas bajo su nombre y dirección, sus ideas llevadas a escena, a la práctica, ese flamenco deconstruido, roto, impuro, surgido de un gran conocedor que, por eso mismo, lo manipula a su antojo. Piezas contadas vinieron después: Al toque, El Aprendizaje, Al cante, Bailografía, Al Baile y desde 2017, diferentes acercamientos a DOCE y a La liturgia de las horas, el proyecto del que luego hablaremos con detalle.
¿A quien le declara la guerra en 2006? A una manera de hacer flamenco, a la que parece la única forma de pensarlo y sentirlo. La semilla de la desobediencia ya está plantada. Queda seguir regando y hacerla crecer. Los años venideros así lo demuestran. Como un jardinero paciente y esmerado, Lérida ha ido sembrando el campo de un flamenco sincero, si, pero raro, porque hasta entonces no se prodigaba. Como les ha pasado a otros artistas heterodoxos, ha notado el rechazo, la indiferencia y la crítica. Él, que ya se sentía solo en juventud, ha ido madurando acompañado de esa sensación, rodeado de fieles seguidores y alejado de donde están los focos, en la sombra, a veces provocada por el brillo de otras estrellas. Su lucha ha sido de guerrilla, con pocos recursos y mucha creatividad ha mirado de cara al mainstream del flamenco (el suyo es empírico, ni nuevo ni de vanguardia) y a la apatía de los centros de poder culturales.
Con todo, Juan Carlos Lérida ha hecho siempre lo que ha querido y ha ido un paso por delante de la corriente. Cuando una grande como La Chana había casi olvidado lo que era desgarrar la escena con su baile desenfrenado, fue Lérida quien la invitó a participar en el ciclo Flamenco Empírico del que fue comisario entre 2009 y 2013 en Barcelona, rescuperando así para la escena a una de las figuras más reivindicadas en años posteriores. En este ciclo puso en contacto a flamencos con hiphoperos, a maestros del giro con bailaores, a jóvenes con veteranos del baile. Igualmente contó con Niño de Elche -en esos momentos todavía un desconocido para el gran público-, para colaborar en To.Ca.Ba, primero, y en Al Cante, después.
Como señala Francesc Casadesús, director del Festival Grec y exdirector del Mercat de les Flors de Barcelona, bajo cuyo amparo se programó el ciclo Flamenco Empírico, Lérida es una figura central de la renovación flamenca y, al mismo tiempo, uno de sus catalizadores. Asimismo destaca de él su capacidad de reinvención constante, camino que ha recorrido acompañado de artistas de otras disciplinas, algo poco frecuente.
Lo simbólico y lo conceptual
En El Aprendizaje (2012), inspirado en el cuento homónimo de J. L. Lagarce, un bailarín despierta tras un letargo y debe reaprender a usar su cuerpo y a interpretar su baile. La sinopsis resume bien lo que lleva años haciendo Lérida, desprenderse del flamenco codificado y efectista del que se empapó en Sevilla y practicó por numerosos rincones, para ensancharlo con los nuevos acentos incorporados más tarde. Roberto Romei se encargó en esta pieza de la dramaturgia y Sila de la música pinchada en directo.
¿Qué hay detrás de una guitarra flamenca? Un cuerpo, el de un o una guitarrista. ¿Qué sustenta la voz de una cantaor o cantaora? Otro cuerpo. En el baile es obvio que vemos un intérprete en todas sus dimensiones corporales pero, como no lo era en las otras dos disciplinas, la trilogía de Al toque (2010), Al cante (2014) y Al baile (2016) permitió a Juan Carlos Lérida tomar el pulso a la triada corpórea flamenca desde su propia óptica.
Según afirma la periodista Mercedes Lopez Caballero, Lérida tiene un fuerte compromiso con su forma de bailar, denota un gran conocimiento de sí mismo junto a uno muy profundo del flamenco, por eso lo investiga desde lo corporal, dándose una simbiosis entre su cuerpo y el flamenco, como si fueran un todo, de ahí la sensación que transmite de estar compartiendo algo muy íntimo.
Al Cante, foto de Aída Vargas
En aquella extensa investigación que fue la trilogía jugó con las guitarras como objetos escénicos en Al toque y él mismo se convirtió en instrumento del guitarrista Raul Cantizano; se fue a la luna con el Niño de Elche cantando como astronauta en Al cante tras preguntarse como sería usar la voz en el espacio, sin aire; mostró las intimidades sobre su relación con la danza en Al baile, obra en la que estuvo acompañado por dos intérpretes sin experiencia con el flamenco, David Climent y Gilles Viandier.
Cuando en Al Baile decía en una de las escenas “a los tres años me operaron del flamenco” quería señalar que ese virus, inoculado en su propia casa, le ha acompañado todo la vida, unas veces como bendición, otras como condena. De ello darían fe los 22 premios conseguidos en su infancia por ferias y fiestas, cuando sus padres lo llevaban por los concursos para que el niño bailara y ganara. Copas y diplomas descansan desde hace un tiempo en algún vertedero sevillano.
De caminos, fantasmas y alegrías habla su autobiografía bailada, de nombre ingenioso y sustancial: Bailografía, estrenada en Sevilla en 2014, meses antes de Al cante. Apuntes de esos concursos infantiles, de tablaos, sevillanas y experiencias artísticas, salpicados de simbología: la pesadez de un montón de tierra que mueve con una pala y en la que va enterrando objetos del pasado como castañuelas, pañuelos y abanicos. El viaje hace paradas en su niñez, adolescencia y madurez, en las bulerías y el flamenco de las grandes compañías, en la música de Steve Reich y en el Berlín de 2006. En la última escena baila ya tumbado, taconeando en horizontal.
Fue otro desnudo escénico de Juan Carlos Lérida, quien pertenece ya en ese momento a la escena actual, no a la flamenca ni a la folclórica, sino a aquella que con ópticas y herramientas transversales se encarga de crear discursos contemporáneos para público desacomplejado.
Artísticamente hablando Juan Carlos Lérida ha muerto y resucitado varias veces, tal y como declaraba en una entrevista previa al estreno de Al Baile. Del mismo modo que ciertos animales mudan la piel para no morir, él ha ido dejando atrás y reconstruyendo su estilo conforme ha ido avanzando su investigación, su experiencia. En 2016, agotado, algo tocado anímicamente tras el reto de Al baile -para algunos expertos como Bárbara Raubert, un espectáculo de frontera dentro de su carrera-, dolorido físicamente por el esfuerzo, pensó que esta había sido su última creación propia.
El jueves 2 de abril, Parte II; el sábado 4 de abril, Parte III
Acercamiento a Juan Carlos Lérida Parte II
Acercamiento a Juan Carlos Lérida Parte III