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En un futuro próximo nos comportaremos como seres carentes de pasiones, la rutina y la falta de emociones marcarán el día a día. Al menos, así lo imagina Marcos Morau en Pasionaria, la nueva creación de La Veronal.

En una década, Marcos Morau (Valencia,1982), coreógrafo y director de La Veronal, ha lanzado al mundo sus particulares inquietudes a través de piezas escénicas que nos han situado en diferentes estadios emocionales y lugares geográficos, metafóricos o no. La maldad en Voronia (2015), el miedo en Rusia (2011), la belleza y el cuerpo humano en Siena (2013), o la perversión de la imagen en Islandia (2012). Hace ya un par de años que brotó en su mente la necesidad de hablar de las pasiones humanas buscando una luz necesaria cuando el individualismo y el desapego emocional son crecientes.

Pasionaria, su reflexión sobre estas cuestiones, se estrena el 2 de junio en los Teatros del Canal de Madrid, uno de los ocho teatros europeos coproductores que hasta 2019 exhibirán la pieza, siendo su próxima cita en el Festival Grec, de su ciudad, Barcelona. A Morau le preocupa ese futuro que ve lleno de seres desapasionados, un tiempo que imagina triste y que toma cuerpo en un espacio de ciencia ficción donde proyectar esos temores. Sus habitantes, ocho bailarines, llevan máscaras, prótesis, extensiones de unos cuerpos tan artificiales como sus vidas. “Todo lo que sucede hoy en día me hace pensar en el futuro y me hace temer un lugar donde cada vez importa menos el hecho de necesitarnos, el contacto humano. Nos hemos olvidado de apasionarnos”.

Lo dice él, un artista al que faltan horas en el día para dedicarse a todo aquello que le mueve y apasiona, quien, precisamente por ello, ha conseguido en apenas diez años convertirse en uno de los coreógrafos más solicitados de la escena contemporánea, dejando su sello en las creaciones para su agrupación La Veronal, con sede en Barcelona, y para otras compañías de Beijing, Göteborg, Gales, Harnosand o Euskadi.

O tal vez por eso, porque el tiempo pasa, la experiencia se acumula y la sensación comienza a ser agridulce. “Cada vez soy mas consciente de que con mi trabajo no puedo cambiar el mundo. La rebelión la tienes cerca cuando eres joven, pero luego te das cuenta de que es muy fácil acomodarse y yo me resisto a eso, quiero reconocerme como alguien que una vez tuvo 20 años y quiso cambiar el mundo”. Como la rebelión, otras muchas pasiones son motores de cambio, las que se entienden positivas, pero también las negativas, como el odio, que puede intentar paliar injusticias, hacer frente a las tiranías contemporáneas, luchar contra la inmoralidad… un propulsor de acción lleno de vehemencia transformadora. El miedo, la ira, sentimientos con mala prensa que Morau pone en valor, preferibles antes que la indiferencia o el vacío.

Humanoides

Descontextualización, exageración, abstracción, caos (discursivo), una paleta de recursos expresivos lanzados a una sociedad que vive en la desafección constante. “Me estoy forzando en el tema narrativo, en cómo explicar las cosas y encontrar una manera de contarlas; que todo en Pasionaria tenga que ver con una ficción, con un simulacro de algo que esta vacío de vida, de pasión, de sentimiento”. Por este motivo usa unas inquietantes máscaras de fibra de vidrio, un elemento que oculta el rostro, la expresión.

Es ausencia de entusiasmo lo que Morau nos planta delante, seres que parecen humanos porque los imitan, pero que no lo son, han sido creados para parecerse a nosotros, pero no se les puede dotar de emociones o sentimientos, son simples ejecutores, sin más. Jugando con las referencias en Pasionaria, “se habla de todo menos de las pasiones, no diré yo “aquí están”, sino que voy a intentar de la forma más abrupta y abstracta cargármelas todas; de todo lo que vamos a ver lo último será pasión porque cuando una cosa brilla por su ausencia pasa a estar presente”.

Si la frialdad y la distancia forman parte de las múltiples capas de las piezas de La Veronal, parece que en esta nueva obra los grados bajan a mínimos, mientras que los guiños a lo grotesco, a lo monstruoso, a lo exagerado pueden llegar a rozar lo cómico. Aderezar todos estos ingredientes con un toque vintage que acentué una nostalgia por un pasado que fue mejor es otro de los retos estilísticos de un proceso creativo que ha durado tres meses y en el que ha contado con sus colaboradores habituales: Lorena Nogal, Juan Manuel Gil, Roberto Fratini, Max Glaenzel o Pablo Gisbert.

Pero ¿qué mueve a Marcos Morau? ¿cuáles son sus pasiones? Sin duda, su trabajo, entregado y un punto obsesivo; también el miedo, racional o no, a causas comunes como el dolor, la pérdida o el rechazo. “Intento colocar las cosas en el lugar adecuado y quitarle importancia a lo que no la tiene”. Lo dice alguien que sigue subiendo enteros en el panorama internacional. Él, que se ve más como director de escena que como coreógrafo, tendrá en breve la oportunidad de dirigir una ópera, Orfeo y Eurídice, en Lucerna, Suiza. Un proyecto en el que, seguro, volcará toda la energía y pasión de la que es capaz.Marcos Morau estre