Foto, Marta Graham, de Cunninghan Trust
Saltarse el canon, romper moldes, desencorsetar el cuerpo y sus infinitas posibilidades, eso es lo que hicieron un buen puñado de coreógrafas y bailarinas que, en los albores del siglo XX, asaltaron el camino de la modernidad. La bailarina del futuro es el título de la exposición organizada por la Fundación Telefónica, en Madrid, que hasta el próximo 24 de junio permite recorrer las aportaciones de siete mujeres rompedoras: Isadora Duncan, Loïe Fuller, Joséphine Baker, Tórtola Valencia, Mary Wigman, Marta Graham y Doris Humprey.
Aunque estos grandes nombres de la historia de la danza son bien conocidos por los aficionados, no lo son tanto fuera del ámbito de la escena, por eso la muestra comisariada por la historiadora María Santoyo y el periodista y divulgador Miguel A. Delgado, quiere poner en valor a estas artistas a un público más amplio y diverso.
Todas ellas hicieron su aportación en un contexto social, político o científico que iba renovando sus carcomidos cimientos por otros más acordes con los tiempos. Tanto a María como a mí nos une un interés por el surgimiento de la modernidad a finales del XIX y principios del XX, nos cuenta Delgado, quien añade, en la historia del arte no se habla de la danza, pero tiene un papel relevante, al igual que la mujer. Hablamos de revolución que inició Isadora Duncan.
Tras una breve revisión del ballet clásico, que establece los antecedentes, el arranque con el arte de Duncan permite recrear sus innovadores movimientos, inspirados en las olas del mar o en las figuras clásicas griegas. Túnicas, pies descalzos y representaciones en medio de la naturaleza hicieron de ella una maestra del arte libre, una figura internacional que se relacionó con príncipes y políticos polinizando los nuevos aires del cambio de siglo.
De la también estadounidense Loïe Fuller, recordamos su danza serpentina (estructuras de madera adosadas a sus extremidades ayudaban a mover sus vestidos con resultados nunca vistos) y la aportación en los campos de la iluminación y los efectos ópticos en escena. De Fuller, de quien publicamos un extenso artículo con motivo del estreno del film La Danseuse, Delgado recuerda el carácter popular de sus propuestas, no olvidemos que sus actuaciones en la Ópera de París fueron un fracaso. Según el comisario, es precisamente del ámbito popular del que también nace esa oleada transformadora, ya que los cambios de la modernidad no solo surgieron de las capas intelectuales.
En este sentido, Joséphine Baker y Tórtola Valencia convirtieron el cabaret o las danzas de influencias exóticas en un auténtico torbellino de energía renovadora al que sucumbieron públicos de todo tipo de ambientes y lugares. La Venus de bronce, como se conocía a Baker, desplegó una danza salvaje, basada en saltos enérgicos, en mímica o violentas contorsiones, todo ello ofrecido con el torso desnudo. Como destaca Delgado, nada que ver con la corrección que hoy día nos invade
La única española de la muestra es Tórtola Valencia, a quien recientemente hemos dedicado un artículo, en EL HYPE, con motivo de la exposición La danza en la Edad de Plata, una artista de rompe y rasga que paseó su vibrante personalidad escénica por todo le mundo.
En la exposición se pueden ver programas de mano, críticas, carteles, vestidos o pinturas, pero tienen papel destacado los videos en los que la bailarina de la Compañía Nacional de Danza Agnés López Río recrea algunos de los más conocidos movimientos de las siete bailarinas. Esta es, junto con la aportación de la teórica de la danza Ibis Albizu otra de las destacadas participaciones de la muestra.
Nombre clave del expresionismo del período de entreguerras, la alemana Mary Wigman está presente con su pieza La danza de la bruja y con las máscaras ceremoniales que introdujo, influida por los teatros Noh y Butoh japoneses.
Para reflejar el influjo de Marta Graham, los comisarios han contado con la ayuda de la dirección actual de la propia compañía, garante de su legado, que ayudó en la selección de seis movimientos de otras tantas coreografías que expresan seis pasiones humanas. Alegría, ira, tristeza, amor, deseo y miedo representados, simulando un gran friso olímpico mediante videos, montaje que se inspira en la denominación que Graham hacía de los bailarines como «atletas de Dios».
Actividades paralelas como talleres gratuitos, un concurso de fotografía en redes sociales o charlas sobre las innovaciones en el mundo de la danza completan la exhibición, que después de Madrid viajará a otras sedes de la Fundación Telefónica como la de Quito (Ecuador), ciudad donde por última vez actuó Tórtola Valencia en 1938.