Cuando la artista alemana Pina Bausch nos dejó huérfanos en 2009, mucho se habló sobre el futuro de su compañía, el Tanztheater de Wuppertal, y de la transmisión de su memorable legado.
Cinco años después, la formación con la que desarrolló su inmortal universo creativo sigue activa y en plena forma, gracias al trabajo de los numerosos intérpretes que convivieron con ella durante décadas y todavía forman parte del elenco de sus piezas. Bailarines inolvidables como Nazareth Panadero, Dominique Mercy, Mechtild Grossmann, Béatrice Libonati, Anne Martin, Kyomi Ichida o Monika Sagon mantienen vivo el legado de Pina.
A ellos rinde homenaje también Pina Bausch und das Tanztheater, la exhibición sobre la visionaria artista que acoge hasta el 17 de enero la Im Martin-Gropius–Bau de Berlín. Dividida en cinco secciones, La bailarina, La metodología, La escena, Las coproducciones y El ensemble, es en esta parte donde aparecen retratos individuales de los intérpretes en el pasado y en el presente, una manera de recordar la importancia que Bausch daba a sus bailarines y que se reflejaba en una forma nada convencional de trabajo colaborativo, para que sus verdaderas personalidades brillaran en escena.
No me interesa tanto cómo se mueve la gente como el qué mueve a la gente es una de las frases que se le recuerda. Por eso en su método de trabajo estaban presentes las preguntas, los dibujos realizados a partir de una idea o de una palabra, las conversaciones, las sugerencias, lo no dicho, pero que flota en el aire.
Grandes pantallas proyectan vídeos de sus obras, piezas que llevan décadas emocionando por su manera de adentrarse en las fragilidades humanas. Todo tipo de intérpretes, altos o no, gruesos o delgados, jóvenes y maduros, blancos, asiáticos, respingones…. entre todos componían un mosaico sobre la indescifrable naturaleza humana.
En La bailarina se recogen imágenes que resumen una vida dedicada a la danza, su formación en ballet clásico o su sello como coreógrafa experimental con una peculiar visión de vanguardia.
Con 15 años entró en la Folkwangshule de Essen con Kurt Joos, figura del expresionismo escénico, con quien llegó a bailar en la mítica La mesa verde, un alegato antibélico creado en la Alemania pre nazi. La exposición recoge fotos y vídeos de una jovencísima Pina de esa época. Después vendrían los estudios en la Julliard de Nueva York, el regreso a Alemania y la cada vez más creciente necesidad de no solo interpretar sino también de crear, pulsión que tomó forma con la fundación de la Tanztheater de Wuppertal en 1973, compañía de la que fue directora y coreógrafa hasta su muerte y a la que convirtió en una de las compañías más importantes de la escena mundial.
En el espacio Las coproducciones se puede recorrer el periplo vital y artístico de la troupe de Pina Bausch, fotos de los viajes y de las numerosas piezas creadas en ciudades de todo el mundo, Palermo, Madrid, Sao Paolo, Lisboa o Hong Kong, donde se desplazaban para empaparse del alma de esos lugares y luego trasladarlo a escena.
Impactantes son los sets escénicos que Bausch ideó y diseño, hasta 1980, fecha de su muerte, junto a su pareja Rolf Borzik, usando objetos de la vida cotidiana, pero también elementos como agua (8000 litros se usan en la funciones de Wollmond), hojas, flores o sillas. La escenografía, junto a la selección musical, es sin duda otro de los puntos fuertes del imaginario bauschiano.
Además del numeroso material del Archivo Pina Bausch – fotos, objetos, vídeos o instalaciones…-, destaca la reconstrucción del Lichtburg, el viejo cine de Wuppertal donde Pina daba forma a sus montajes. Una sala recrea este espacio mítico que se utiliza en la exposición para talleres de danza impartidos por miembros de la compañía, pases de películas, charlas, ensayos abiertos y performances en torno a Bausch y su imborrable legado. Piezas como Nefés, Danzon, Mazurca Fogo, Nelken, Wollmond, Kontakthof o Café Muller que permanecen como hermosas obras de indeleble recuerdo.