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La euforia, ese estado de ánimo tan fugaz como adictivo, mucha gente lo encuentra en un concierto o en un partido de fútbol, rara vez en una pieza de danza. Quim Bigas, bailarín, coreógrafo, performer, artista de los que hacen y piensan, o viceversa, consigue desatar todas las endorfinas con Molar.

Lo que empezó en 2009 como un solo de 15 minutos ha pasado por diferentes estadios hasta llegar a lo que es ahora, en 2016, una pieza de casi una hora para espacios abiertos donde Bigas utiliza su cuerpo, videos, audios, pancartas y algunos temazos pop y latinos (Mark Ronson, Uptown Funk, Jessie J – Mamma Knows Best,…) para lanzar a la gente sus reflexiones en torno a la comercialización de la felicidad más estandarizada.

Desde que se presentara en abril en el Sismògraf de Olot la agenda de citas con Molar ha ido creciendo con encuentros tan destacados como el TNT de Terrassa, el festival Trayectos o la próxima Fira de Tàrrega.

Pero no nos engañemos, que no es fiesta todo lo que reluce: Molar cuestiona la representación de la felicidad, lo consensuado, parece que si queremos ser felices debemos comportarnos de determinada forma, y el solo parte de esa representación, aunque en algún lugar gira hacia el compromiso. La investigación me ayudó a entender los comportamientos y los patrones en la sociedad de la información. Se ha comercializado exageradamente la idea de felicidad, por eso hay también crítica, como cuando en un momento dado saco una pancarta donde viene escrito “Jorge Bucay me va a chupar el sobaco” y luego otra que añade “y Paulo Coelho me va a chupar el otro”. Para mí las emociones son transitorias, no tienen manual.

Entre Barcelona, Copenhague y Estocolmo se desarrolla la vida de este artista cuyos procesos creativos permanecen abiertos durante años (así es con Molar, pero también con Appraisers o Showing Godiva), durante los cuales sigue captando información, añadiendo elementos, ajustando el punto de vista o aportando variaciones.

Formado primero en Barcelona, después en Austria (Salzburg Experimental Academy of Dance) y también en la SNDO (School for New dance Developement) de Amsterdam, colabora con otros colectivos y artistas como Aitana Cordero y El Conde de Torrefiel.

Es curioso, porque planteado como un ejercicio entorno a lo que nos hace sentir bien, tiene todas esas otras capas que aportan múltiples lecturas; sin embargo consigue que los espectadores se desinhiban y entren en el juego que tienen delante saltando como hace Bigas, cantando, moviéndose, respondiendo a las preguntas que les hace el performer (¿qué es para ti la felicidad?, ¿qué es lo que más te mola?), en definitiva entregándose de una manera u otra a esa invitación lanzada de estar, hacer, pensar, sentir, mirar, expresar. Una especie de catarsis colectiva que concluye con las emociones de todos a flor de piel.

El gusto por los datos le ha llevado a estudiar Información y Documentación, y en Molar lo aplicó a la búsqueda en el catálogo de la Biblioteca Nacional de aquellos títulos que contuvieran las palabras felicidad o molar, aunque también buscó en textos, blogs, canciones, tutoriales, escenas de películas… una cantidad de material que convirtió en archivo.

El compromiso de Molar es el de generar un estado que no es mío sino de muchas personas, la pieza es una invitación, existe aunque la gente no haga nada, lo importante es que se queden preguntas abiertas. De hecho a mí me gusta el rol del disparador, yo disparo, no soy ni el principio ni el final del trabajo, sino que fuera hay un lugar de potencia, concluye.

Por último, la pregunta de rigor, ¿qué le mola a Quim Bigas? Me molan mis sobrinos, ir al teatro, la coreografía como algo aparte de la danza, me mola Dixit, un juego de mesa, me molan las personas, aunque a veces me dan miedo…