Foto Christophe Cöenon, Vader
Más allá de pasodobles y boleros, la edad no es una barrera para bailar y formar parte de un proyecto artístico. La gente mayor se sube al carro de la creación contemporánea y de la danza comunitaria.
Aurora, Pepita, Teresa,… todas son mujeres en torno a los 80 años, alguna ronda los 90, se las conoce como las iaias del Antic y forman parte del proyecto Ritme en el Temps, que desde hace tres años se lleva a cabo en este centro de creación y exhibición del barrio antiguo de Barcelona. El grupo es coordinado por los coreógrafos Isabel Ollé y Quim Cabanillas, pero más allá de los evidentes beneficios sociales y físicos que a cada una le aporta, el trabajo, una suma de aportaciones, requiere un desarrollo creativo y artístico cuyo resultado se muestra en el Antic Teatre. La próxima cita, el 18 de junio.
En Las Muchas, la mallorquina Maria Antònia Oliver incorpora a un grupo de mujeres de entre 70 y 80 años en la última parte de la pieza. Una participación previamente trabajada en la sala de ensayo y que parte de una idea de cuerpo experimentado, cambiante por el paso del tiempo y de alguna manera liberado para, en grupo, expresar vivencias comunes o huellas personales. El público de la Casa Encendida de Madrid o del festival Sismògraf de Olot ha podido ver el resultado de la propuesta.
También Cesc Gelabert se embarcó hace un par de años en una experiencia similar cuando puso a bailar juntos a alumnos de danza del Institut del Teatre de Barcelona y a un nutrido grupos de jubilados en Memòries corporals.
Varios son los enfoques sobre la participación de personas mayores en espectáculos donde el movimiento es protagonista; unos parten de la recuperación de la memoria corporal y vital, otros de la expresión más directa o la interpretación más pautada. Pero en todo caso, se trata de productos escénicos que ofrecen tantos beneficios como retos a sus participantes. La danza comunitaria, aquella que implica a colectivos no profesionales y diversos en procesos de creación escénica con objetivos tan variados como la cohesión social, el flujo intergeneracional o la experimentación, ha sumado a los mayores de manera natural desde el principio, y cada vez son más las iniciativas que giran en torno a esa idea.
No sin mi madre
Resultado de una necesidad distinta son algunos espectáculos que han subido a escena en los que el performer ha contado con alguno de sus progenitores, sin que la edad o la condición física hayan impedido unos resultados artísticos indiscutibles. Ahí está Mi madre y yo de Sonia Gómez, estrenado en 2004, que estuvo girando más de cinco años por todo el mundo alcanzando las 121 representaciones y consolidando de una forma muy especial la relación entre ambas intérpretes, madre e hija.
Mas recientemente Parkin’son, de Giulio D’Anna nos muestra cara a cara a un hijo y su padre, quien padece parkinson. El italiano afincado en Amsterdam confronta ambos cuerpos para hablar de una relación y de una manera de expresarse, cada uno desde su vivencia.
D’Anna también ha aportado su visión sobre el tema con un par de intervenciones dentro del proyecto europeo Transparent Boundaries, que desde 2012 trabaja por la implicación y visibilidad artística de ancianos y personas maduras a través de diferentes actividades en las que poesía, fotografia, video o performance dan voz y protagonismo a esa parte de la población cada vez más numerosa. Como se preguntaban desde la organización ¿dónde está la gente mayor, por qué no están más presentes en la cultura? Generaciones que han tenido gran peso en lo político y lo social, pero no en lo cultural, y que deben aflorar para hacer su contribución.
Con Kontakthof, para mayores de 65 años, Pina Bausch se adentró precisamente en esa idea y supo mostrar la grandeza de la expresividad madura, sacando partido al numeroso elenco en cada escena. Estrenada en 1978 para su compañía (en la que hay intérpretes de edades muy variadas), en 2000 estrenó esta versión, para la que contó con personas no profesionales.
El belga Peeping Tom es otro de los colectivos que para mostrarnos sus maravillosas historias humanas en Le jardin o Vader no ha tenido empacho en contar con hombres y mujeres de pelo cano.
Por otro lado, la oferta formativa específica para mayores llegó hace tiempo a muchos centros y festivales de Europa, que no excluyen a este grupo de sus actividades. En el más que puntero Impsultanz de Viena, por ejemplo, parte de los talleres de su programa presta atención a estos cuerpos tan capaces como otros.