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Foto de Toni Payán

La danza se ofrece como un interesante vehículo de inclusión y cohesión social. Os contamos algunas de las más recientes experiencias de un campo en expansión en ciudades como Barcelona. ¿Para cuándo en Valencia?

Imagina cerca de 200 personas en un escenario… ¡bailando! Eso es lo que ha conseguido Álvaro de la Peña con el proyecto Barris en Dansa, una llamada a la participación de vecinos de diferentes barrios de Barcelona para una experiencia de danza comunitaria e intergeneracional con fines artísticos, pero también con el objetivo de vincular y fomentar relaciones entre colectivos de intereses y edades dispares. Inabikú, palabra inventada para definir “un pequeño rayo de esperanza” apela  a la participación y ha unido a vecinos de los barrios de Gracia, La Marina, Poble Nou y La Barceloneta. Durante varias semanas y bajo la batuta de De la Peña y su equipo se fueron montando las partes en cada barrio, para luego hacer un ensamblado final sumándolas. El resultado es un espectáculo que contiene algo de cada uno de los participantes, niños, adultos, jóvenes que conforman un tapiz de personalidades que de alguna manera queda reflejado en la obra final.

 

Inabikú se trabajó y exhibió en centros cívicos de cada uno de los barrios y tuvo también dos pases triunfales de exhibición en el Mercat de les Flors a principios de este año con todas las localidades agotadas. Esta experiencia, que ya está en su tercera edición y por la que el coreógrafo recibió en 2012 el Premi Ciutat de Barcelona que le reconocía el trabajo coreográfico profesional, pedagógico y social, tiene antecedentes recientes en Barcelona ( la creación Cruïlles que en 2011 montó Luca Silvestrini con 125 vecinos del barrio de Poble Sec) y también en pueblos de la provincia, pero sobre todo parece que le espera un futuro prometedor ya que cada vez más municipios catalanes acogen ya experiencias similares porque han percibido la capacidad de cohesión social de la danza.

Bajo la misma filosofía de entender la creación y el movimiento como un vehículo de inclusión social se encuentran proyectos como el que Toni Mira llevó a cabo en 2009 y 2010 con presas de las cárceles de Wad Ras y Can Brians. O el trabajo desarrollado por Constanza Brncic y Anna Eulate con pacientes de hospitales barceloneses para indagar en las perspectiva de cura y enfermedad;  y la danzaterapia ofrecida a personas víctimas de la violencia de la género. Todo ello ofrece una perspectiva que va más allá del hecho artístico, ampliando el campo de acción de la danza, no ceñida ya al creador y su mundo, sino al proceso de creación y su aportación a las personas que participan, un hecho que el investigador Johanes Birringer denomina post-coreografía.